Marcos 13, 24-32:
Domingo, 14 de noviembre 2021 (33º T O B)
Estamos llegando al final del año litúrgico, y la Palabra de Dios de este domingo utiliza un lenguaje al que estamos poco acostumbrados, el lenguaje apocalíptico, y nos describe la situación que se producirá cuando llegue el final del tiempo presente.
Aunque nos pudiera parecer otra cosa, el Evangelio de este domingo nos trae un mensaje de esperanza, aunque esté expresado en un lenguaje misterioso, simbólico, apocalíptico. Quiere transmitirnos el mensaje de que el mundo llegará a su fin, al igual que cada uno de nosotros. Para San Marcos, la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo de los tiempos finales del mundo y de la historia.
Este lenguaje puede transmitirnos algo de temor e intranquilidad y hacernos perder de vista el mensaje de revelación de Dios: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. No podemos saber ni el cómo ni el cuándo, pero sí que “verán venir al Hijo del Hombre con poder y majestad”, “para reunir a sus elegidos del extremo de la tierra al extremo del cielo”.
En la 1ª lectura, Daniel nos da una palabra de esperanza: “entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro”. La Carta a los Hebreos contempla a Cristo, vencedor de sus enemigos. Y Jesús nos pone un ejemplo para activar nuestra esperanza y la confianza en su palabra: “aprended de lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder esto, sabed que él está cerca”.
La vida del ser humano está llena de pequeñas esperanzas: el niño, de hacerse mayor; el estudiante, de aprobar; el deportista, de ganar; el comerciante, de que el negocio vaya bien; el parado, de encontrar trabajo… La esperanza del cristiano es “que venga a nosotros tu Reino”. Y nuestra espera ha de ser activa, confiada. Que nos haga ser brotes verdes en medio de una sociedad que solo ha puesto su esperanza en las cosas de esta vida que se acaba.
Juan Ramón Gómez Pascual, cmf
