Con pocos días de diferencia, muere el cura de un pueblo y también un hombre del pueblo. El vecino del pueblo tenía un autobús que él mismo conducía y su dedicación en especial del autobús era organizar por los pueblos de la comarca viajes a Fátima, Lourdes y centros de carácter religioso. Por la cercanía de la muerte, ambos coinciden en ese momento último y definitivo del que depende toda la eternidad.
Pasa el con ductor del autobús ante San Pedro y éste empieza con el relato de su vida:
- Tú eres fulanito. Casado. Cuatro hijos. Has sido buen esposo y buen padre. Te has dedicado a llevar a muchas personas hacia lugares marianos, has sido honrado, etc. Pues bien, después de examinar todo tu expediente, Dios Padre abre su corazón y pasas a gozar de su amor.
En fin, que se fue directamente al cielo.
Justo a continuación se sucede el juicio del sacerdote, ,con su «examen» correspondiente: situación como saceedote, su ministerio, compromisos sacerdotales y demás. Termina ese examen y, finalizado con todo detalle, San Pedro le dice:
- Mira, tendrás que ir un tiempo al purgatorio.
Ante tal decisión, el sacerdote resplica:
- San Pedro… Yo toda mi vida he estado dedicado al ministerio sacerdotal, reconciliando con Dios Padre a muchos pecadores, haciendo cristianos con el sacramento del bautismo, visitando a los enfermos, administrando la unción a tantos moribundos… En fin, toda mi vida dedicado a Dios y a los hombres y ahora tengo que ir al purgatorio, mientras a ese que ha entrado delante de mi -que yo lo conozco y, sí, es buena persona- va directamente al cielo
San Pedro, entonces, le dice:
- Mira: mientras tu predicabas, todo el mundo dormía…. Mientras que, cuando ese hombre conducía… todo el mundo rezaba.
Antonio Morcillo, cmf