El callejón de las almas perdidas

Las películas del realizador mejicano Guillermo del Toro no pasan desapercibidas. Suele ofrecer películas interesantes que se alejan de propuestas convencionales adentrándonos en sus narraciones en mundos irreales que inevitablemente terminan colisionando con la realidad. Así, en La forma del agua, o en El laberinto del fauno, sus protagonistas conviven en un mundo alternativo con seres de otra realidad que, a pesar de las apariencias, se tornan amigables y despiertan ensoñaciones y deseos de otro modo de vivir, que les permite alejarse de la realidad áspera y deprimente en la que viven.

No obstante, en su última película la historia (basada en una novela que ya fue adaptada al cine en 1947) discurre por cauces más realistas, al menos a primera vista. La narración nos presenta unos personajes que viven en un mundo al margen de las convenciones donde la apariencia de lo fantástico (aunque sea envolviéndola en una impostura) se hace presente como medio de supervivencia. Los protagonistas de El callejón de las almas perdidas hacen honor a su título: son seres extraviados, en búsqueda de un lugar en el mundo; y para lograrlo utilizan todos los medios que se ponen a su alcance, sin importarles la moralidad de los mismos. Hay, sin embargo, alguno que se rebela contra esa imposibilidad de honradez y se convierte en una excepción entre tanta mentira.

Bradley Cooper, interpreta al protagonista de la historia, Stan Carlisle. Desde la primera secuencia de la película nos es presentado como un hombre que carga en su espalda una historia de resentimiento, una búsqueda constante de liberación que le lleva a vivir en una impostura, deseoso de conseguir una vida cómoda a cualquier precio. Esas primeras imágenes ya nos sitúan en el estado vital del personaje. En su peregrinar errático llega a un circo, un lugar sórdido donde pululan personajes extraños; unos son víctimas de sí mismos y viven sometidos al escrutinio de la curiosidad ajena; otros simplemente sobreviven como pueden intentando eludir las consecuencias de la depresión económica de 1929. Las escenas sucedidas en el circo (escenario muy cinematográfico) ocupan la primera hora de la película. Ahí el protagonista encuentra una ocupación. Conoce a quienes trabajan en ese mundo, viviendo de la credulidad de la gente. Aprende trucos, se vuelve un maestro del engaño. Y una vez aprendida la lección decide seguir su camino.

Dos años después, Stan ha logrado una posición de éxito ofreciendo espectáculos de mentalista en un club nocturno. Con la colaboración de una joven a la que conoció en el circo “adivina” los enigmas que le propone el público. La historia se vuelve más compleja cuando entra en escena una psicóloga (interpretada por Cate Blanchet) que se presta a colaborar con él. Y la película discurre en su segunda parte con la intervención de diversos personajes que nos ofrecen una visión del mundo en la que convive la amoralidad de unos y la necesidad de recuperar afectos perdidos de otros.

Merece la pena adentrarnos en este callejón lleno de tristezas que, en la complejidad de la historia, termina por ofrecernos una lección moral. Y es que cuando llevas tu maleta cargada de avaricia, egoísmo y mentiras, las consecuencias son predecibles.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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