Asistimos en El buen patrón a una semana importante en la vida del Sr. Blanco (Javier Bardem), propietario de Básculas Blanco, una empresa dedicada a la fabricación de balanzas industriales en una pequeña ciudad de provincias. Decimos que es importante porque próximamente se va a fallar un premio a la excelencia empresarial ofrecido por el gobierno regional (para el que ya tiene reservado un espacio iluminado en el lujoso salón de su no menos lujosa vivienda) y espera la visita de la comisión oficial que ha de evaluar la empresa y tomar la decisión. Pues precisamente esa semana se le acumulan los problemas al buen patrón: su jefe de producción comienza a cometer fallos en su trabajo a causa de una depresión por sus problemas matrimoniales, un antiguo empleado despedido en un ERTE se planta en la puerta de la fábrica con un megáfono y muchas pancartas para protestar por la injusticia que se ha cometido con él, una joven becaria entra a trabajar en la empresa y el Sr. Blanco no es indiferente a sus encantos… Y ahí tenemos a nuestro protagonista vadeando todas las situaciones con su verborrea que no conoce freno, su fina ironía, un poco de sarcasmo y una voluntad a prueba de bomba para hacer su voluntad y que todos los que le rodean la secunden. Está acostumbrado a ello y se cree sus promesas de bondad y la apariencia generosa que reparte por donde pasa.

Hace casi veinte años Fernando León de Aranoa filmó en Los lunes al sol el reverso tenebroso de la sociedad del bienestar en forma de precariedad laboral y futuro incierto de un grupo de desocupados de larga duración. Ahora gira la mirada para observar la figura del dueño de los medios de producción, del capitalista, y lo que observa no es menos halagüeño que la improbable odisea de los protagonistas de antaño, entre los que se encontraba, también allí, Javier Bardem.

Pero ahora la perspectiva de León de Aranoa está muy tamizada por un tono de comedia… negra. Porque es muy oscuro el panorama que nos ofrece, casi sin marcar tendencias, ni ofrecer truculentos espectáculos (salvo una escena casi obligada y previsible en la que interviene el trabajador despedido). Pero lo hace sin cargar las tintas por el lado, digamos, claramente triste. El buen patrón hace reír en más de una ocasión con un humor que nos recuerda por momentos las tristes historias de Rafael Azcona. Nos reímos con las ocurrencias del Sr. Blanco (¡qué poca gracia tiene en ocasiones!) y nos reímos del Sr. Blanco cuando tiene que tragar la medicina que ha prescrito para otros, porque también encuentra la horma de su zapato donde menos se espera.

No voy a insistir en la interpretación de Javier Bardem que está más allá del elogio; es tan apabullante su presencia en casi todas las escenas de la película que eclipsa a los demás intérpretes que también ofrecen unas interpretaciones destacadas, particularmente el jefe de producción deprimido (Manuel Solo) y la becaria respondona (Almudena Amor).

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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