El buen «exceso» navideño

Las luces de las calles y el brillo de los comercios vienen pregonando desde hace tiempo la llegada de la Navidad. Todo anuncia fiesta. A pesar de todas las objeciones que pongamos al consumismo y al derroche actual, hemos de admitir que, como seres humanos, tenemos una necesidad irresistible, saludable y dada por Dios de festejar, de celebrar tiempos extraordinarios, períodos vacacionales, conmemoraciones y un largo etcétera, además de los domingos. La fiesta, la celebración, no pertenece al orden de lo cotidiano, pero necesitan apoyarse en el esfuerzo del trabajo diario, en la rutina que alterna ocupaciones y preocupaciones, para salir de esa cárcel y que sus rituales y tradiciones nos conecten con otras personas. Así conseguimos disfrutar con ellos de ese sentido profundo que hace que la vida sea digna de ser vivida.

La Navidad es un sabbtah; es sabática en el sentido bíblico. Jesús tuvo que recordarnos enérgicamente que “el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”. No es una amenaza, sino una sabia recomendación para no sentir vergüenza de disfrutar de la fiesta porque de esta manera también se glorifica a Dios y nos permite bailar la danza de la vida con otra melodía.

Hay épocas en la vida, y no deberían ser excepcionales, que debemos destinar solo para el descanso y la conversación, para la alegría y la fiesta, para el color y la danza. Más aún, existen ocasiones que hasta admiten un poco de exceso. Jesús lo dejó claro cuando sus seguidores se opusieron al dispendio “innecesario” de la mujer que le ungió. Todas las culturas, tanto ricas como pobres, han tenido siempre sus épocas de fiesta en las que pusieron en práctica estas palabas (pronunciadas o no): A los pobres los tendréis siempre con vosotros, ¡pero hoy es un día para festejar! Navidad es ese día.

Un hermoso libro sobre Navidad de un escritor norteamericano cuenta la historia de una familia que un año deseó celebrar una Navidad alternativa. No armaron el belén ni el árbol, ni colgaron adornos, ni cantaron villancicos, ni hubo una cena especial, ni tampoco regalos. Se reunieron para compartir una comida simple y tranquila el día de Navidad. Cuando sus amigos le preguntaron cómo lo habían pasado, uno de la familia respondió: “Psss, pues, ¿qué te voy a decir?”. Otro, hablando quizás más honestamente, dijo: “Nos faltó algo que llenara nuestro vacío”.

Entre los seres humanos existe una presión dada por Dios que nos incita a celebrar; y esa presión es saludable. Nos mantiene conscientes de que no fuimos hechos para trabajar y sufrir, sino para más, mucho más, sin necesidad de repartir vaselina ni morfina ante los reveses de la vida. Convirtamos estas vísperas de Navidad como en un cursillo intensivo de la asignatura de la alegría. Aprendamos una lección que necesitamos: Darnos un hartazgo de fiesta de la buena al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Sandra de Moya)

 

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