El amor en su lugar

Son muy frecuentes las películas que fijan su atención en los hechos sucedidos en el gueto de Varsovia durante los años de la segunda gran guerra. A la larga lista se suma El amor en su lugar, realizada por el español Rodrigo Cortés. Sin embargo, la propuesta que nos ocupa ofrece una visión de aquellos tristes sucesos diferente de otras que hacen hincapié explícitamente en la violencia salvaje que hizo de sus habitantes víctimas indefensas de la barbarie nazi. No significa esto que El amor en su lugar eluda tan tristes situaciones, pero las aborda desde una perspectiva menos explícita. Salvo en dos escenas (el largo plano secuencia con el que se inicia la película y la intervención de un militar alemán en el último tramo) la violencia está latente, aunque no menos agobiante para quienes la sufren también desde el escenario donde representan una obra destinada a ofrecer un rato de esparcimiento y evasión a quienes sufren los rigores de la ocupación nazi.

Un pequeño teatro es el marco en que se desarrolla la mayor parte de la acción. Los primeros diez minutos aproximadamente, filmados en un largo plano secuencia que da fe del virtuosismo técnico de Rodrigo Cortés, nos ofrecen una aproximación a la vida de los habitantes del gueto, que transitan por sus calles, topándose con oficiales que les humillan, o cadáveres que yacen insepultos en cualquier esquina, o edificios derruidos que ocultan a quienes tienen mucho que temer, aunque no hayan provocado razones para su miedo, salvo el hecho de ser judíos. En este paseo que nos llevará hasta el teatro acompañamos a la protagonista principal, una joven llamada Stefcia que nos guiará durante toda la película participando con ella de su amor, sus dudas, sus miedos y finalmente su arrojo decidido y su entrega esperanzada.

Cuando cruzamos la puerta del teatro Fémina (donde realmente se representó la obra del dramaturgo polaco Jerzy Jurandot durante cuatro semanas en enero de 1942) no volveremos a salir, salvo a un patio interior en muy contadas y breves ocasiones. Toda la película se desarrolla en el escenario, los pasillos interiores y los camerinos. Sin embargo, no hay nada teatral en el ritmo ágil que el realizador imprime a las escenas. Al contrario, la película es muy dinámica gracias a dos factores: la agilidad de una cámara siempre en movimiento y la vivacidad de los diálogos junto al continuo ir y venir de los protagonistas que entran y salen del escenario, no al compás marcado por la obra que representan, sino movidos por sus propias preocupaciones. Sucede que se trata de una representación muy especial porque uno de los actores tiene planeado huir del gueto esa misma noche y desea que Stefcia le acompañe. Ésta se debate en la duda de aceptar la oferta (pudiendo así salvar la vida) o permanecer junto a su querido Edmund, otro de los actores de la obra.

El amor en su lugar ofrece también una reflexión sobre el valor de la propia obra representada como espacio de distensión para quienes disfrutan y ríen las ocurrencias de sus protagonistas olvidando por un rato la angustiosa existencia que les aguarda cuando salgan de nuevo a las calles heladas, al hambre, a las amenazas, al frío de las viviendas donde les aguarda un destino muy incierto…

Una última observación: Rodrigo Cortés ha añadido a la obra original algunas canciones que acentúan el tono jocoso de la historia representada y nos da la oportunidad de disfrutar del buen hacer del compositor Víctor Reyes.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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