Decimoctava «gota»: El agua de los ríos

Dice Claret que, en las conversaciones con la gente, “al pasar cerca de un río, les hablaba cómo el agua nos enseña que nosotros hemos de pensar que andamos a la eternidad” (Aut. 336). Es admirable la finura y el fondo religioso de San Antonio Mª Claret con estas imágenes tan sencillas y cercanas a nosotros, ¿quién no ha visto el fluir del agua por el cauce de un río?

                El agua de los ríos siempre está en una continua peregrinación hacia el mar. Así es nuestra vida: un continuo peregrinar hacia el Mar de la eternidad.

¿Cuál es el problema? Las aguas estancadas. Son esos recodos de los ríos en los que, junto con el agua, se acumula el fango y la porquería. El agua, en principio cristalina, se mezcla con todas las impurezas y desprende un desagradable hedor. Esto puede suceder en nuestra vida: enfangarse en asuntos sucios de poder, dinero, sexo…, quedar esclavos o –continuando con la metáfora- no removernos, no salir de ese cieno. Para salir de estas turbias aguas hay que contar con la voluntad y el esfuerzo personal y con la gracia de Dios. Hay una figura literaria de un escritor alemán del siglo XVIII, el barón de Münchhausen, que cuenta la historia de uno que pretendió saltar con su caballo una ciénaga sin lograr su objetivo cayendo en ella; él mismo se sacó tirando de su propia coleta. Esta figura ficticia es imposible en la vida real; nadie puede salvarse a sí mismo en una situación semejante, y mucho menos de sus “infiernos” existenciales. Necesitamos una mano amiga y más fuerte que la nuestra (cf. Mt 14,30-31). Esta mano amiga y fuerte es la de Jesús que nos dice: “Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo” (Mt 19,26).

Pero la vida del común de los mortales es como el “agua que fluye”. Es verdad que “otras aguas torrenciales” pueden hacer que la nuestra se enturbie, pero no nos paraliza, y con paciencia y esperanza va logrando nuevamente su transparencia; lo cual debe cuestionar ciertas influencias exteriores a nosotros. Lo importante es que “fluya”: unas veces lentamente, contemplando; otras rápidamente, con la actividad y el servicio a los demás; otras en turbulentas cascadas, abandonándose con fe en las manos de Dios… pero que “fluya”.

¡Deja que tu vida fluya como el agua de los ríos! Disfruta de cada situación que se te presente por la “orografía” del lugar, por el “serpenteante cauce de tu río”… da igual, es tu vida, ¡ÁMALA!, pues camina hacia la Eternidad.

 

Juan Antonio Lamarca, cmf.

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