El acontecimiento

Hace justamente un año, comenté en esta sección una película titulada Nunca, casi nunca, a veces, siempre. Y alabé sus virtudes cinematográficas. Algo así he de hacer en el caso de El acontecimiento, película que recibió el León de Oro (primer premio) en el festival de Venecia de 2021. La crítica se ha deshecho en elogios merecidamente. Y he de decir que no es una película agradable de ver, por su tema y por el modo de tratarlo. Porque El acontecimiento, como la película citada en primer lugar, acompaña a una joven estudiante, buena y prometedora, que busca el modo de interrumpir su embarazo. Y, como hice hace un año, es preciso subrayar que el elogio de sus virtudes formales no implica la aceptación de sus postulados éticos.

Anne, su protagonista, es una buena estudiante (de letras), que vive en una residencia universitaria. Tiene ante sí un futuro prometedor y garantizada su continuidad en la universidad. Tiene un mundo de relaciones satisfactorio, y una mentalidad abierta y algo promiscua.

Un embarazo no deseado, fruto de una relación casual, viene a poner en duda todos sus proyectos. Y Anne está dispuesta a hacer lo que sea para que eso no suceda. No lo tendrá fácil. Estamos en Francia, años sesenta. Lo que quiere hacer es ilegal y se arriesga a acabar en la cárcel. Unos títulos van puntuando el desarrollo de la película: Tres semanas… cuatro… cinco… seis… Los intertítulos que marcan el tiempo de embarazo actúan como puntos y aparte de la narración, y como recordatorio de la progresiva angustia que se está enquistando en el ánimo de Anne. El tiempo corre inexorable y la joven no encuentra cómo salir de esa situación. Intenta varios caminos, sin resultado. Se encuentra sola. No dice nada a sus padres. Los amigos o amigas a quienes se lo comenta se desentienden, o al menos no le ofrecen ninguna ayuda, la que ella desea. Y las semanas siguen pasando y el plazo de poder interrumpir el embarazo se va terminando…

No voy a desvelar más detalles del angustioso itinerario por el que pasa la protagonista. Parece estar basado en una novela autobiográfica de la escritora Annie Ernaux.

La narración es seca y austera. El formato cuadrado del encuadre, poco usual en estos tiempos, parece constreñir a los personajes y cerrar el espacio de la protagonista, reduciendo sus posibilidades de acción. La cámara parece asimilarse al rostro de Anne, sigue sus pasos en primerísimos planos, como queriendo compartir su angustia. Su búsqueda la conduce a una tierra de nadie, donde solo encuentra un profundo desamparo. Para clara la empatía que muestra la realizadora Audrey Diwan por la triste odisea de su protagonista. Esa empatía la conduce a hacer algunas elecciones formales que pueden ser discutibles, emplazamientos de la cámara en alguna ocasión, alguna elipsis que hubiera sido oportuna. Pero parece claro que le interesa subrayar la inhumanidad de la situación que está viviendo la joven, el peligro en que incurre, el descrédito de una sociedad que niega posibilidad de redención a quienes hacen opciones marginales.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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