05 Noviembre 2017. Mt 23, 1-12
Este domingo la Palabra de Dios se dirige expresamente a todos aquellos que han de realizar un servicio en la comunidad eclesial. Tanto el profeta Malaquías (1ª lectura) como Jesús en el evangelio, hacen una seria advertencia a los dirigentes religiosos, y por extensión a todos los que de alguna manera desempeñamos un papel de responsabilidad en la Iglesia. Desde el Papa y los obispos y siguiendo por los abades, superiores, religiosos, sacerdotes, hermanos mayores, y hasta el último de los catequistas o cualquiera que ocupe un cargo que debe ser para el servicio a los demás.
A todos nos gusta que nuestra labor sea reconocida, que nuestros méritos sean conocidos y alabados, que se nos tenga en consideración. Es algo humano, normal. Pero el Señor no quiere que nos dejemos arrastrar por la vanagloria, y nos pide que no nos dejemos llamar “maestro”, “señor”, o “padre”, ya que todos somos hermanos y uno solo es el Señor y Padre.
Cualquier ministerio en la Iglesia es un servicio a la comunidad. Es un “encargo” que se ha recibido para ser servidores, y no para servirse de ello. Por eso, como buenos pastores debemos estar al frente, abriendo y mostrando el camino, enseñando con el ejemplo. Diciendo y haciendo.
Es una buena oportunidad para que cada uno analice su papel en la Iglesia, según el encargo recibido, como padres de familia, educadores, catequistas o sacerdotes. También para que no nos olvidemos de que, en nuestra debilidad, necesitamos la oración y el apoyo de aquellos a los que debemos servir, para que busquemos siempre hacer presente el evangelio. Y que como hoy nos dice san Pablo cuidemos de la comunidad “como una madre cuida de sus hijos”.
Juan Ramón Gómez, cmf