Ecología claretiana

Entre todos los santos, el campeón ecológico es, sin lugar a dudas, san Francisco de Asís. Ocupa el nomber one en el podio de los atletas ecológicos del cielo. Pero el amor de los santos hacia la naturaleza y los animales va, ciertamente, mucho más allá del caso egregio del Poverello de Asís. Joaquín Antonio Peñalosa escribió hace ya años un delicioso libro -Los santos van al zoológico- en el que cuenta las historias del cerdito de San Antonio Abad, la hiena de San Macario, el lechón de San Blas, el cuervo de San Benito, la vaca de San Medardo, el gallo y la gallina de Santo Domingo, los peces de San Antonio de Padua, las ovejas de San Ramón Nonato, el perro de San Roque, las abejas de Santa Rita de Casia, el gato de San Felipe Neri -que hasta fue acusado a la Inquisición porque llevaba su gato a las procesiones-, la mariposa de Santa Rosa de Lima o la mula de San José de Cupertino. ¡Todo un zoológico de amor y santidad!

¿Y el P. Claret? ¿Podría integrarse dentro de esta red ecológica celestial? ¡Por supuesto que sí! Lo demuestran hechos como estos: Durante su primera etapa misionera vivió como andarín solitario en permanente contacto con la naturaleza. En Villadrau, sanaba enfermos con hierbas que recogía en el campo. En su Autobiografía propone como modelos de vida al gallo, al perro, al burro… Están registradas las vastas plantaciones de árboles que llevó a cabo en El Escorial o el palomar que mandó construir en el mismo Monasterio. Más interesantes resultan sus realizaciones en la época cubana: La Granja Modelo, para el múltiple y variado cultivo agropecuario, la Escuela-Granja de Puerto Príncipe, o el precioso manual de agricultura, de más de 300 páginas, titulado Las delicias del Campo y Reflexiones sobre la agricul­tura escrito en 1856. Entiende que la naturaleza es también espacio misionero:

«Tal vez alguno se extrañará de que me entrometa yo a hablar de agricultura y admirado diga: -“¿A qué viene que un pre­lado se ocupe de estas materias, cuando su tema es la sagrada teología, cánones y moral cristiana?”. No hay duda de que ésta debe ser mi prin­cipal obligación; pero no considero fuera de razón el ocuparme de la propagación y perfección de la agricultura, ya porque influye poderosa­mente en la mejora de las costumbres, que es mi principal misión, ya también por la abundancia y felicidad que trae a los hombres, las que estoy obligado a procurarles en cuanto pueda por ser yo su prelado y padre espiritual, a quienes tanto amo».

Quienes nos sentimos claretianos buscamos superar ese superficial neologismo pagano que adora a la naturaleza por sí misma. Nosotros creemos que el mundo entero late. Y que en todos los latidos respira el mismo corazón que lo creó todo: hombres, animales, plantas, cosas. Todo es digno de respeto y amor para quien tiene suficiente corazón donde quepan todas las formas de imágenes de Dios -más o menos completas-, como Él nos dejó sobre la tierra.

Juan Carlos Martos, cmf

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