Echar la culpa a otro

Conocí a una persona que se sentía profundamente desgraciada porque su hijo andaba por los caminos equivocados del vicio y se portaba muy mal, sobre todo con ella. Esta madre, confesaba a menudo lo infeliz que se sentía. Pero se defendía alegando que la culpa de su malestar era exclusivamente de su hijo. En consecuencia, era su hijo el que tenía que cambiar para poder empezar ella a ser feliz, al menos un poco. Atrincherada en estos pensamientos, se sentía en su pleno derecho de maltratar a su hijo con actitudes hoscas y con hirientes reproches. En su fuero interno estaba convencida que esa manera dura de conducirse era la justa y adecuada. Pero, claro, acaecía lo inevitable: el hijo, así maltratado, reaccionaba por su parte aumentando el consumo y mostrando malhumor con reacciones cada vez más groseras y desafiantes. La situación llegaba a veces a ser insufrible.

La costumbre de “echar las culpas a otro” es tan común y tan dañina que merece la pena hablar sobre ella. Porque se trata del hábito de atribuir nuestros sentimientos negativos -ira, molestia, fastidio, rabia…- a conductas ajenas. Como si se dijera: “Yo sufro, pero la culpa la tienes tú. Así que, para que yo deje de sufrir, tú tienes que cambiar. Si no lo haces, me doy permiso para hacerte daño. Es justo y razonable de mi parte. Además, es mi única defensa”.

Pero, pensándolo bien, ¿no parece esta una absurda manera de proceder?, ¿no está esa madre renunciando a su responsabilidad, dándole al hijo ese tremendo poder sobre ella misma? El inculpador no solo se hace dependiente, sino que entrega a la otra persona lo más precioso de su vida: la fuente de donde brota su felicidad en esta vida. Y ello, en consecuencia, solo fomenta resignación, escepticismo e impotencia incurables.

Lo opuesto a culpar al otro parece que debe ser “dejarle ser el que es”. Lo que el otro haga o diga no debe condicionar mi felicidad. No me dejo manipular por él. Podemos decir: “Haz lo que quieras, pórtate como quieras. Eres libre. Pero también -quiero que lo sepas- yo soy libre”.

Eso no significa desentenderse ni ser crueles con el “aparentemente más débil”. Es descubrirse libre frente al otro y sometidos únicamente a Dios que es Amor y no un tirano que pueda esclavizarme. Porque solo así se le puede ayudar: sin manejos ni trampas. Pensémoslo detenidamente: Cuando dejamos que los otros manipulen nuestros sentimientos, ¿no nos convertimos en nuestros propios carceleros?

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Wesley Tingey)

 

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