Drive my car

El realizador japonés Ryusuke Hamaguchi goza en la actualidad del reconocimiento de buena parte de la crítica. Ha estrenado dos películas casi seguidas; una de ellas, La ruleta de la fortuna, recibió el premio especial del jurado del festival de Berlín y la otra, Drive my car, el premio al mejor guion en el festival de Cannes. De esta última vamos a escribir esta semana.

El protagonista de Drive my car es un actor y director teatral que viaja a Hiroshima en su coche para preparar la representación de ‘Tio Vania’ de Anton Chejov. Se aloja en un hotel distante una hora del lugar de los ensayos y aprovecha el trayecto de ida y vuelta escuchando los diálogos de la obra de Chejov que su esposa, Oto, le ha dejado grabados en unas cintas de cassette. Al llegar, los responsables del evento teatral le insisten en que acepte un chófer que le traslade cada día desde su lugar de residencia al teatro. Con ciertas reticencias acepta cuando comprueba que la conductora, se trata de una joven, es experta y el viaje transcurre con mucha tranquilidad. Esta narración, que es el eje central de la historia, se inicia cuando ya llevamos 40 minutos de película que son un largo prólogo, plenamente justificado, al final del cual se presentan los títulos de crédito.

Yusuke ha llegado a Hiroshima trayendo consigo una profunda pena que le mantiene sumido en la tristeza y en un sentimiento de nostalgia que parece insalvable. También Misaki, la joven conductora (que tiene la misma edad que tendría una hija de Yusuke fallecida a los cuatro años), tiene tras de sí una historia de desamor que mantiene en su rostro un perpetuo rictus de amargura y en su talante una constante actitud de silencio. Ambos seres terminarán por sincerarse y sus historias confluirán para recuperar, ambos, esperanza, ilusión, espíritu de superación y ganas de vivir recuperando el sentido de sus existencias. Hay más aristas en esta notable película que prefiero no desvelar para no entorpecer el goce que supone su contemplación: el papel destacado, pese a su brevedad, de Oto, la esposa de Yusuke, que sobrevuela durante toda la película; la historia de un joven actor de la obra representada que mantuvo tiempo atrás una relación pasajera con Oto, descubierta casualmente por su esposo…

Insisto una y muchas veces. No dejen de ver Drive my car, aunque sea en versión doblada. Aunque hay alguna escena de importancia capital en el transcurso del drama que necesariamente ha de verse subtitulada, pues una de las actrices que representa ‘Tio Vania’ es muda, y se expresa en lenguaje de signos. Quien desconozca dicha forma de comunicación se perderá las portentosas “palabras” que Anton Chejov propone como culminación de su obra. Palabras que expresan también el renacimiento a la vida de Yusuke y Misaki.

Es para mí un enigma difícil de entender que el jurado del festival de Cannes de 2021 no otorgara a esta película el primer premio, la Palma de Oro, prefiriendo en su lugar otorgárselo a Titane, una película ensalzada por buena parte de la crítica por su originalidad y apertura de nuevos caminos expresivos en el cine actual, pero que a mí no deja de parecerme un delirio (en el peor sentido de la palabra) que no resiste ni por asomo la comparación con este portento maravilloso que les recomiendo vivamente. Dura 179 minutos, pero pasan en un suspiro.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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