Hoy son frecuentes los programas del «corazón», las revistas y la prensa del «corazón». Allá cada uno con dónde invierte su tiempo y su ocio -y vaya por delante la legitimidad de buscar espacios y maneras de esparcimiento- pero cuanto menos me resulta llamativo la cantidad de personas que le dan tanta importancia a esos temas. Para empezar ya es un término que me «chirría» un poco. ¿Por qué llamar «cosas del corazón» a lo que tienen que ver con chismorreos, cotilleos, vida de famosos…? Si esos magazines se llamasen así porque dedicasen la mayor parte de su parrilla de contenidos a hablar de temas de solidaridad, de personas compasivas, de ejemplos de vidas entregadas, de generosidad, fraternidad… quizá lo entendería sin problemas.
Sea como fuere, existe esa realidad -y, no nos olvidemos, detrás de ella como en tantos asuntos de hoy, grandes intereses comerciales y económicos-. Y, a partir de ahí, mi reflexión es sencilla: ¿Dónde ponemos el corazón los seres humanos? Para los creyentes también tendría que ser una pregunta «Teologíca», de Dios: «¿Dónde quiere Dios que pongamos nuestro corazón?». Porque… si estamos bien enterados de los últimos nacimientos de hijos de príncipes, futbolistas o cantantes, y de los vestidos que se han puesto unos y otros en la boda de algún artista… pero no estamos al tanto del sufrimiento de tantos hermanos nuestros, de sus causas y de sus posibles vías de solución, o, sin ponernos tan dramáticos, no dedicamos el mismo interés a informarnos y formarnos mejor en nuestra fe, en conocer historias de referentes de personas creyentes, etc… ¿no estaremos «poniendo en sitios equivocados» el corazón?
Andémonos, pues, con ojo… que, como bien dice el Evangelio de Mateo «allí donde esté tu tesoro…estará tu corazón» (Mt 6,21). Y todos querremos que nuestro tesoro sean cosas que realmente valgan la pena.
Digo yo.
Equipo de Redacción.