¿Dónde está la diferencia entre ser un refugiado y un inmigrante económico?

“Sabemos de dónde venimos”, afirmaba Primo Levi (2002) en ‘Si esto es un hombre’, obra en la que el autor narra su experiencia en Auschwitz, “los recuerdos del mundo exterior pueblan nuestros sueños y nuestra vigilia, nos damos cuenta con estupor de que no hemos olvidado nada, cada recuerdo evocado surge ante nosotros dolorosamente nítido. Pero a dónde vamos no lo sabemos”.

 

Esa frase recogía la esperanza vestida de incertidumbre de aquellas más de 40 millones de personas que se verían obligadas a huir tras uno de los mayores genocidios de la Historia. Tras la II Guerra Mundial, una Europa y una Organización de las Naciones Unidas en fase de gestación, tuvieron que hacerse responsables de sus llamados “refugiados”. Comenzando entonces a dotarles de “derechos humanos” y articulando todo un marco jurídico para velar por su protección.

 

Hoy, la realidad de los llamados refugiados apenas ha cambiado. Vivimos en un mundo en el que, se habla de más de 70 millones de personas desplazadas, en un escenario político bastante alejado de estar dispuesto del reconocimiento efectivo de los llamados Derechos Humanos.

 

¿Qué diferencia a los refugiados de la posguerra mundial de los actuales? ¿Qué avances o procesos humanitarios y normativos se producirán en torno a los refugiados? Las preguntas no llegaron por sí solas. La experiencia muy concreta vivida en estos años se encuentra en el origen de todo esto: ¿Qué es la protección subsidiaria?, ¿qué es el asilo?, ¿por qué a la familia de Mohamed le llaman “reasentados”? Pero la pregunta que más veces me he hecho y que nadie me ha sabido contestar es: ¿dónde está la diferencia entre ser un refugiado y un inmigrante económico?

 

José Antonio Benítez, cmf

(FOTO: Mateo Paganelli)

 

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