Derecho a la siesta

Hay una costumbre que, por los beneficios físicos y anímicos que comporta, desde tiempo inmemorial se ha convertido en práctica universal. Aunque se la considera como invento español, en todo el mundo se practica. Se dice de ella que aún queda mucho que investigar sobre sus ventajosos efectos.

Me refiero a la siesta, el hecho de dormir durante un pequeño espacio de tiempo durante la jornada. Normalmente ese descanso extra se realiza después de las comidas de mediodía. Existe también otra siesta previa; es la llamada siesta del carnero. En efecto, cuando los pastores, después de caminar toda la mañana, encontraban un buen pasto, descansaban un rato mientras las cabras comían. Tras ese descanso, les llegaba a ellos la hora del almuerzo.

Hay una variedad enorme de formas de practicar la siesta. Como las encontramos catalogadas en Google no merece la pena presentar ahora las infinitas modalidades del popularmente conocido como “yoga ibérico”.

La costumbre de dormir un rato para descansar y afrontar así el resto de la jornada con las fuerzas necesarias es un buen invento. La palabra “siesta” tiene su origen en la hora “sexta” romana correspondiente a las 12 del mediodía con respecto al sol, alrededor de las 14:00 horas actuales. Era el momento en el cual los monjes hacían una pausa de las labores cotidianas para descansar y reponer fuerzas. Personajes como Albert Einstein cantaron sus ventajas y Winston Churchill, que aprendió la costumbre en Cuba, fue un entusiasta devoto y propagandista de la misma. Nuestro premio Nobel, Camilo José Cela, ensalzó el noble arte de la siesta asegurando que había que hacerla «con pijama, padrenuestro y orinal«.

Para la vida de una persona, el descanso no es un lujo, ni está emparentado necesariamente con la pereza. Por el contrario, es una necesidad vital sin la cual no recuperamos las fuerzas perdidas. La siesta, por tanto, es otra de las herramientas que nos permiten volver tonificados al trabajo. Por eso es beneficioso el dormir la siesta.

Hoy instamos a la gente a trabajar –si es que consiguen un puesto de trabajo-, pero no tanto a trabajar bien. Me temo que hasta los curas confundimos un poco a la gente explicándoles que Dios dejó de crear el sexto día y que en el séptimo -cuando no hizo otra cosa que amar- ya no siguió creando nada. No es exactamente así: Dios amó trabajando al crear y luego descansó amando más. Él conoce bien a sus criaturas. Cuando nos invita a colaborar con Él, sabe que nuestra naturaleza es frágil y quebradiza. Su llamada a trabajar incluye la necesidad del descanso. Como se deduce del relato de la creación, la alternancia entre trabajo y descanso, propia de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo. Pero si solo hay descanso la vida quedará tan hueca como un traje en un perchero. Sigamos defendiendo nuestro derecho a dormir la siesta para más amar y servir –el más noble de los trabajos-.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Andrés Gómez)

 

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