¿De oro o de hierro?

Conocemos el célebre consejo evangélico: “Haced a los demás lo que querríais que os hicieran a vosotros” (Mt 7, 12). Ha sido definido como la regla de oro de la moral cristiana, aunque está presente en numerosas tradiciones éticas y religiosas, no solamente en el Evangelio.

A esta regla de oro se opone una regla de hierro, inexorable por su dureza: “Haz a los demás lo que no quisieras que te hiciesen a ti”. Es la norma dominante en los negocios y es aceptada de forma indiscutible. Porque en los negocios no hay amigos, sino solamente socios.

Esto que es evidente en los círculos económicos y financieros, ¿lo es también en la vida diaria, donde las cosas son más inmediatas y familiares? Pues sí: la pequeña traición, el olvido de un compromiso, el chismorreo, las fake news, el abuso del débil, la inhibición ante una necesidad… están al orden del día en la conducta común. Tal vez haya que añadir a ello que se ha perdido generosidad, gratuidad, capacidad de dar y de perdonar.

Es impresionante la capacidad que encierra una acción mala para provocar una reacción igual y contraria: Si me mienten, yo miento más… si me roban, yo me desquito con holgura… Es precisamente la reacción, y no simplemente la acción, la que alimenta ese mal que corrompe las relaciones humanas. Y no suele haber quien neutralice y bloquee su espiral diabólica.

Por el contrario, la historia evidencia el poder transformador de la bondadCuando alguien nos hace el bien, nos mejora. Los padres y los maestros lo saben muy bien. La manera como tratamos a nuestros hijos y alumnos determina, en buena medida, sus reacciones. Esto nos ofrece una clave muy valiosa a la hora de transformar nuestro mundo, porque ayuda a las personas a ser mejores. No hay método más eficaz que tratarlas con respeto y amor, poniendo el acento en respetarlas y tratarlas bien sin humillar: “Trata a los demás como quieres que te traten”. ¡De qué manera tan distinta viviríamos si tomáramos en serio esta regla de oro! Los creyentes sabemos que Dios la aplica siempre. Él nunca nos trata como merecemos, sino como hijos o hijas queridos de Dios, como somos en realidadPorque nos ama, nos “recrea” continuamente. Esto nos permite afrontar la vida con sentido, no exigiendo a los demás sin antes haberles tratado de igual modo que nosotros quisiéramos ser tratados.

La pregunta que nos toca respondernos es clara: ¿Y yo?, ¿soy de oro o de hierro? No disociemos moral y vida diaria. Dios las ha unido y los seres humanos no los debemos separar.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: user15245033)

 

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