El Evangelio de hoy, en un par de ocasiones, utiliza las relaciones familiares como ejemplo: por un lado alude a una familia que descansa cómodamente cuando llega un vecino inoportuno para pedir comida -al que responde afirmativamente ya sea por bondad o por la incomodidad que le supone- y en otra a cómo los padres procuran siempre dar cosas buenas a sus hijos. Ambas situaciones sirven a Jesús para hablar de Dios, quien siempre responde a la necesidad de sus hijos dándole lo mejor que tiene: su Espíritu.
Pues bien, cabría preguntarnos hoy si, en el seno de nuestros hogares, somos continuadores de esa buena práctica de responder siempre de la mejor de las maneras a las necesidades de unos y otros o, si por el contrario, nuestras familias están siendo «comidas» por actitudes egoístas, comodonas… y llenamos nuestras casas de personas que se ponen a sí mismas en primer lugar y no hacen más que mirarse el ombligo.
En el corazón mismo de la institución familiar está la preocupación de unos por otros. Y no sólo de aquellos que son «de la misma sangre» si no de todos los que entran a formar parte del círculo de afectos que se van creando a lo largo de los años (familia política, seres queridos que se hacen «casi de la familia»…).
Propuesta para cuidar la familia esta semana:
Este tiempo de verano, estemos o no de vacaciones, eligir una persona de la familia a quien cuidar de modo particular, tanto en sus necesidades materiales (compañía, protección, economía…) como en las «espirituales» (aconsejar, enseñar, corregir, orar…). Quizá también te guste rezar con esta versión familiar del Padre Nuestro (oración que Jesús nos enseña en el Evangelio de hoy):
«Padre de nuestra Familia, que estás en cada uno de los miembros que la componen;
Santificado sea tu nombre en todas nuestras acciones, y venga a nosotros tu Reino en forma de cordialidad, fraternidad, comunión, perdón, fidelidad, confianza;
Que se haga tu voluntad en medio del día a día de nuestras vidas a menudo ajetreadas y agobiadas;
Danos hoy -y mañana, y siempre- lo que más necesitemos para crecer en nuestras relaciones personales y para contribuir a la construcción de una humanidad más cercana a lo que tu deseas;
Perdona nuestras contínuas meteduras de pata, malas formas, egoísmos, soberbias y ayúdanos a que no dejemos de perdonarnos unos a otros;
No nos dejes caer en las tentaciones que rompen la buena convivencia, y la construcción de una familia madura y cristiana, y líbranos de todo lo que sea manifestación del mal.
Amén»
Alicia del Pozo y Francisco Bonachera