La multitud del Evangelio de hoy podría ser representación de cualquiera de nuestras familias. Aquella, a quien Jesús dio de comer hasta hartarse en el milagro de los panes y los peces, vuelve a buscarlo con la pretensión de saciar de nuevo su hambre. Así nuestras familias, con cierta frecuencia buscan con ansiedad la satisfacción de sus “hambres materiales”. Pero Jesús esta vez habla de otro tipo de pan, el que da la vida eterna y su enseñanza va a subir un peldaño más trascendente: les incita a esforzarse en conseguir el alimento permanente, que le da el “Hijo del hombre”. Ellos piden una señal, como la del maná de sus antepasados y Jesús, subiendo un peldaño más en su respuesta, les dice: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Jesús hoy, a tu familia y la nuestra, nos enseña que el verdadero alimento es don del Hijo, que el Padre ofrece a todos los hombres y que sólo lo recibirán quienes tienen fe en Él. Así, quien se adhiere a Él encontrará sentido a su vida.
Propuesta para cuidar la familia:
Aunque no lleguemos a la clarividencia de Jesús, los padres de familia deberíamos plantearnos buscar siempre situaciones propicias para hablar de Él con nuestros hijos y nietos e, imitando su táctica, incitarlos a interesarse por la explicación que le demos. Pongámonos, pues, en las manos de Jesús a través de la Eucaristía, para que Él nos guie en la labor de acercarlo con eficacia a nuestros seres queridos.
Pilar Jiménez y Fernando Hernández