Muchas veces nuestra memoria nos traiciona, pero nunca deberíamos olvidar que más de un millón de trabajadores españoles emigraron entre 1960 y 1970 a través de conductos legales a Francia, Alemania, Suiza, Bélgica y Holanda. Aunque los que salieron extraoficialmente probablemente superaron esa cifra. Entonces, todos ellos serían protagonistas del «milagro español», financiando con sus envíos de divisas el desarrollo industrial y permitiendo la estabilidad presupuestaria. ¡Qué bien encaja aquí la frase de W. Churchill de que “nunca tantos, debieron tanto a tan pocos”!
Cinco décadas después España ha pasado de ser exportadora a ser importadora de mano de obra. De nuestra memoria colectiva se ha borrado cualquier recuerdo de esa España emigrante. Sin embargo, una riada humana de desesperanza se empeña en recordarnos que la necesidad no conoce fronteras.
En los últimos años, muchos inmigrantes de todas las nacionalidades, ya sea desde los aeropuertos, nuestras costas o desde el asalto de la frontera hispano-marroquí de Melilla y de Ceuta, emprenden una carrera en la que les va la vida, con la esperanza de recibir almenos una notificación de expulsión del territorio español, pues este hecho -en apariencia incomprensible- marca, en muchos casos, la diferencia entre quedarse o ser devuelto: un papel, un documento, que les otorgarán para desaparecer.
Las noticias de estas últimas semanas no han sido mas esperanzadoras. Casi un millar de migrantes han llegado a nuestras costas españolas, la mayoría de ellos a las costas canarias. A quienes abordamos el fenómeno migratorio desde una perspectiva amplia, creo que nos une, al menos, un estado de ánimo: el de la perplejidad, Y una convicción: la de que esto excede con mucho de lo estrictamente jurídico o lo legal. Hoy parece que todo lo que es legal es justo y adecuado, pero no todo lo que es legal es legítimo. Lo ocurrido hoy en nuestras costas canarias entre salvamento marítimo y la patrulla de la guardia civil litigando sobre quién se encargaba de asistir a las personas en medio del océano… no tiene nombre.
Desde mi estancia en la Frontera Sur, tanto en una orilla como en la otra, -y ahora desde este rincón en medio del Atlántico, desde este “paraíso”-, he tenido la oportunidad de escuchar a muchas personas migrantes que me han hecho sentir envidia por su entusiasmo, su interés y su voluntad de implicarse en la realidad social de nuestro país. También me han hecho caer en la cuenta de que la verdadera inmigración tiene lugar dentro del mismo continente. Millones de personas moviéndose, ¿se imaginan la magnitud del reto?
Pero también, ellos me han transmitido la humillación que sienten por la imagen que la opinión pública, alimentada por nuestros medios de comunicación, transmiten del emigrante, y cómo siguen circulando esos bulos que los estigmatizan y los criminalizan.
José Antonio Benítez Pineda, cmf