Cuadragésima tercera «gota»: El pájaro enjaulado

Enumerando las diferentes imágenes que presenta Claret en la Autobiografía, casi sin darnos cuenta, estamos presentando una somera biografía del Santo. La imagen de hoy la cita para mostrar el estado de su espíritu ante la etapa más dura y conflictiva de su vida: la de confesor Real, doce años de dolorosa singladura. Dice que durante este periodo se sentirá “como un pájaro enjaulado” (Aut. 621). En cartas privadas lo expresará con imágenes semejantes a algunos de sus confidentes: “como prendido con alfileres”, “como un perro a la cadena”. ¡Pobre Claret!, anhelaba sus andanzas misioneras; pero, ¿qué es lo que le hacía abominar su nuevo destino? Muy sencillo… el boato, el lujo y la vanidad de la Corte. En una carta a la M. María Antonia París lo expresará de una manera preciosa: “En esta Corte la gente me oprime mucho. No hay más que ofrecerlo al niño Jesús. ¡Oh cuánto deseo salir de Palacio! Deseo como los reyes de Oriente que salieron de Jerusalén a ir a adorar a Jesús en Belén y marcharme por el camino de las misiones. Para esto me ha criado el Señor y no para palaciego. Para mí el Palacio es mi destierro, mi suplicio”, y en otros momentos dirá “y mi purgatorio” (Aut. 621). Sin embargo, su presencia hizo mucho bien por todo lo que supuso para la vida de la Corte en austeridad, moderación y templanza. De esta manera tenemos las dos razones de sus condolencias: no poder misionar de pueblo en pueblo y tener que soportar tanta gloria efímera que “la polilla y la carcoma roen” (Mt 6,19).

                Este espíritu de Claret tiene mucho que aportarnos para el tiempo de cuaresma que estamos iniciando. Hoy no se entiende el ayuno y la abstinencia que predica la cuaresma; y resulta paradójico que se entienda muy bien el ayuno para reducir cintura o para presumir de abdominales. Estos últimos tienen un concepto superficial del hombre como cuerpo, y los primeros entienden al hombre como una unidad de cuerpo y alma. Pues bien, el cuidado del alma es lo que realmente fortalece al hombre. Por lo tanto, el ayuno, la abstinencia y la penitencia, que no han de ser recursos pedagógicos exclusivos de la cuaresma sino para todo el año, son un medio para ejercitarnos en la virtud de la templanza. Virtud especialmente necesaria para hoy que estamos sobrados de todo y vivimos en la abundancia, como en la Corte del s. XIX.

                La templanza es la virtud de no hacer jamás nada con exceso. El hombre no está hecho para la cantidad, sino para la calidad. Todo exceso en el hombre a la larga pasa factura. Por esta razón es muy saludable privarse de pequeñas cosas para que, venciéndonos, ganemos en voluntad. La más ruda batalla que tenemos a lo largo de la vida es con nosotros mismos. Sabernos domar, sin herirnos ni hacernos daño, para que este caballo brioso se aquiete, modere sus deseos y tenga la fortaleza necesaria de hacer siempre la voluntad de Dios es uno de los secretos de la eterna sabiduría (cf. 1Re 3,4-13).

Juan Antonio Lamarca, cmf.

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