Sorprende que Claret, un hombre que se describe solitario en sus orígenes andando “solo y a pie” (Aut. 460), nos presente una vivencia comunitaria tan profunda. El modelo de la comunidad de Santiago de Cuba es equiparable a aquella primera comunidad cristiana que nos presenta San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2,42-47; 4,32-37). En este contexto ideal y real a la vez, Claret nos ofrece una imagen de cómo ha de ser una comunidad misionera comparándola con una colmena (Autobiografía 608). Él mismo nos da las tres características de dicha comunidad:
- “que ya salían unos, ya entraban otros”: Se trata de una comunidad viva, en movimiento. Cada uno tiene su misión encomendada, pero es en la comunidad donde se nutren con la oración y la fraternidad.
- “según las disposiciones que les daba”: Se trata de la sumisión a la voluntad del Señor tal como ellos veían en las disposiciones de su superior y no al antojo de cada uno.
- “y todos siempre contentos y alegres”: Esta es la mayor señal de la presencia de Dios que invadía a aquellos hombres.
¿De dónde le venía esta gracia a la comunidad? Según él, de cuidar los siguientes medios:
El primero sería una exigente disciplina comunitaria en la oración, comidas y momentos de recreación. Son tres momentos claves sobre los que se articula toda vida fraterna en comunidad. Cuando se evita estos espacios con los hermanos es porque no queremos reconocer ni aceptar nuestros límites. Eso sí, hemos de tener cuidado de poner al servicio de los demás nuestros dones y no nuestros “punzones”. Entonces podremos decir con el salmo 132: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”.
El segundo medio son los Ejercicios Espirituales desconectándose del todo y ejercitándose en la humildad. En resumidas cuentas, teniendo una profunda y prolongada vida de oración. Los religiosos oramos poco, y decía Pablo VI en la “Evangelica Testificatio” que “el abandono o la fidelidad a la oración será el paradigma del vigor o del ocaso de la Vida Consagrada”. ¡Pocas frases en los últimos tiempos son tan proféticas como ésta!
El tercer medio es no tener amistades particulares. Decía Claret que este medio era muy bueno “para conservar la paz, evitar disgustos, celos, envidias, sospechas, murmuraciones y otros males muy grandes… en Palacio lo teníamos todo” (Aut. 612). Se puede decir más alto, pero no más claro. ¡Cuántas vocaciones no se han marchitado por continuas huidas de la vida de comunidad! Aunque también, parafraseando al Santo, nos tenemos que hacer la pregunta: ¿En la comunidad lo tenemos todo?
¡Entusiasmémonos con nuestra vocación misionera y trabajemos la comunidad!
Juan Antonio Lamarca, cmf.