La pasión de Claret fue predicar el evangelio al pueblo. En alguno de los viajes con los Reyes llegó a predicar hasta doce sermones en un día. En una ocasión su confesor, D. Carmelo Sala, le preguntó cómo podía resistir tanto trabajo; él respondió: “Yo no soy más que una bocina; otro es el que sopla”. Sorprendía a todos su falta de agotamiento ante tan ingente tarea. Él da a entender que es Dios el que habla por él. El Espíritu es el “soplo” de Dios, y él está ya poseído totalmente por el Espíritu de Dios.
Las tres condiciones para recibir la fuerza del Espíritu es perseverar “unánimes en la oración” y estar en la compañía materna de María (cf. Hch 1,4). Comunidad, oración y maternidad mariana. Las tres condiciones están bien integradas a estas alturas de su vida: se siente unido y respaldado por sus misioneros, ora incansablemente y tiene por madre, maestra y directora a María Santísima. El Espíritu, por medio de él, puede “hacer de las Suyas”.Claret habitado por este Dulce Huésped del alma bien puede decir con San Juan de la Cruz que “el alma que anda en amor ni cansa ni se cansa”.
La Iglesia necesita fieles cristianos que ardan en amor. Hoy en día muchas de nuestras instituciones eclesiales han sacrificado la significatividad en aras de la efectividad, y esto no solamente es un fatal error sino también una sutil celada del Mal espíritu. Las estructuras nos tienen atados, y hemos perdido la libertad de los hijos de Dios, la libertad del Espíritu. Una vida así no convoca, porque ha perdido el atractivo del abandono en las manos de Dios. En nuestra querida Iglesia nos tenemos que plantear seriamente, y más vale pronto que tarde, nuestras estructuras pastorales y nuestras estructuras comunitarias preocupantemente acomodadas.
Si queremos, al igual que Claret y los Apóstoles, que el Espíritu “sople” por medio de nosotros tenemos que ser verdaderamente libres. ¡Arriesguemos y apostemos firmemente por Él!
Juan Antonio Lamarca, cmf