Si hay en el reino animal una sociedad trabajadora por excelencia es la de las hormigas y las abejas. Son insectos que están perfectamente disciplinados para el trabajo en grupo. Esto llamó la atención a Claret, “El Espíritu Santo me dice: Perezoso, aprende de la hormiga la prudencia” (Aut 664), posiblemente inspirado por Prov 6,6-11 que dice: “Ve a observar a la hormiga, perezoso, fíjate en sus costumbres y aprende. No tiene capataz, ni jefe ni inspector, pero reúne su alimento en verano, recopila su comida en la cosecha. ¿Hasta cuándo dormirás, perezoso?, ¿cuándo te sacudirás la modorra? Un rato duermes, otro dormitas, cruzas los brazos y a descansar. ¡Y te llega la miseria del vagabundo, te sobreviene la pobreza del mendigo!”.
Es una llamada a la laboriosidad, a la ley común del trabajo, por la que vamos completando la creación de Dios. Dice un popular himno de la Hora Intermedia: “¡Qué sudoroso y sencillo te pones a mediodía, Dios en la dura porfía de estar sin pausa creando, y verte necesitando del hombre más cada día!”. Pero en esta nobilísima tarea de ser “las manos de Dios” que vayan perfeccionando este mundo en evolución surge la tentación de la pereza.
Siempre se ha dicho que contra la pereza, diligencia, que es la virtud que nos levanta para el cuidado en la actividad, la prontitud y la agilidad. Pero, ¿cómo conseguir adueñarse de sí mismo para poder vivir esta singular virtud? Conjugando dos cosas: motivación y fuerza de voluntad.
La motivación es una razón convincente y la fuerza que le acompaña. Es lo que mueve, lo que arrastra. Basta que una persona tenga una fuerte motivación de adelgazar para ser capaz de hacer importantes renuncias en alimentos o costumbres que agradan. Por eso, la motivación es como un horizonte deseado que hay que visualizar en nuestra mente. A la persona con motivación “nada le arredra”, como diría Claret.
Y, por supuesto, fuerza de voluntad, que es la capacidad de aplazar la recompensa. Aunque no hay mayor recompensa que saberse vencer; nuestra naturaleza tiende al relajamiento, y cuando se vence descubre con satisfacción su fuerza redentora. La fuerza de voluntad se concreta en ponerse metas concretas y cumplirlas. Es como una llave que nos hace pasar de los sueños a la realidad. ¡Bendita fuerza de voluntad que madura y arrecia a la persona!
Para ensalzar la constancia en una persona se ha acuñado el dicho “es una hormiguita”. Pues sí, que seamos como las hormigas: constantes, diligentes, disciplinados en nuestras tareas ordinarias desde las más pequeñas a las de mayor envergadura.
Juan Antonio Lamarca, cmf.