El mismo día en que resucitó Jesús se abrió un vertiginoso debate: ¿Qué sucedió realmente? ¿Cómo fue la resurrección? ¿Volvió a la vida un cadáver? ¿Salió Jesús de la tumba o fue un acontecimiento restringido a la conciencia de sus seguidores?
Obviamente, nadie estuvo allí para ver lo que pasó. Quienes afirmaban que Jesús volvió de nuevo a la vida no le vieron salir de la tumba; se encontraron con Él sólo una vez resucitado. Automáticamente, creyentes y escépticos empezaron a polemizar entre sí: Unos afirmaban haber tocado al Resucitado y otros refutaban de plano ese testimonio.
Desde entonces existen escépticos y creyentes. No pocos, incluidos teólogos, creen en la resurrección de Jesús solo como un acontecimiento de fe, pero no como un acontecimiento físico. Afirman que el acto de fe es lo que importa; es secundario que el cuerpo de Jesús saliera o no de la tumba.
¿Qué decir? ¿Fue la resurrección de Jesús un acontecimiento de fe o un acontecimiento físico? Fue ambas cosas. Para los creyentes se trata del acontecimiento más gigantesco de la historia. El cristianismo no puede ser explicado, a no ser por la realidad de la resurrección. Pero entenderla sólo como que el cuerpo de Jesús salió de la tumba –como ocurriera con Lázaro- es amputar a la resurrección de su significado. Admitido eso, ¿por qué la resurrección es también un acontecimiento realmente físico?
Primero, porque los Evangelios son bastante claros al subrayar que la tumba estaba vacía y que el resucitado Jesús era más que un espíritu o fantasma. Segundo -y decisivamente- porque mutilar la resurrección de la verdadera transformación física de un cadáver es privarlo de la raíz de su credibilidad. Para que la resurrección de Cristo tenga significado, debe haber sido también un hecho físico singular y tremendo. Se necesita una tumba vacía y un cuerpo muerto devuelto a la vida.
Creer en la encarnación y no creer en el carácter físico de la resurrección es una contradicción. En la encarnación, la Palabra se hizo carne: Dios nació, vivió, murió y resucitó en verdadera carne humana. Creer que la resurrección fue sólo un acontecimiento en la conciencia de los discípulos es caer en un dualismo que valora el espíritu y denigra lo físico.
Yo creo que Jesús fue resucitado de entre los muertos, literalmente. Creo también que este acontecimiento fue -como acentúa la teología contemporánea- un acontecimiento de fe, una profunda transformación de conciencia. Sin lo cual seríamos los más miserables de todos los seres humanos. Creeríamos en vano. En vano esperaríamos. Nos alimentaríamos de sueños. Dedicaríamos nuestra vida a dar culto al vacío. Nuestra alegría se convertiría en grotesca. Nuestra esperanza sería la más amarga estafa cometida jamás.
Juan Carlos Martos, cmf