Costa Brava, Líbano

Si en el punto de partida de una película existe una idea nacida en la mente de su autor (guionista, realizador), Costa Brava, Líbano (título curioso puesto que no tiene nada que ver con la Costa Brava, si acaso la colaboración de algunos cineastas catalanes en la escritura del guion y en el montaje) nos invita a preguntarnos por la (im)posibilidad de alcanzar la utopía y el precio que hay que pagar por las energías gastadas en conseguirlo.

Una pareja libanesa implicada en las luchas sociales por mejorar la situación en su país, abandona su vida en Beirut y, con sus dos hijas y la madre de él, se alejan de la gran ciudad para vivir en una Arcadia particular una existencia apartada de las convenciones de la sociedad moderna. En un terreno heredado construyen un espacio habitable, donde cultivan la tierra, disfrutan de la sencillez de vivir en un permanente encuentro consigo mismos y hacen de la autosuficiencia su modo de vida. Pero inevitablemente hasta allí llega el pretendido progreso en forma de un vertedero pretendidamente respetuoso con el medio ambiente (¡qué paradoja!), inaugurado por el propio presidente del país y auspiciado por multinacionales extranjeras. Dicho vertedero, actúa como metáfora y símbolo de los males que asolan el país. La basura que genera termina salpicando la existencia de quienes no desean tener nada que ver con sus contemporáneos. Y nuestros protagonistas ven cómo su sueño de una vida más auténtica y gozosa van teniendo costuras que se rompen, como odres que se agujerean y dejan escapar el vino nuevo que con tanto mimo han cultivado.

Junto al conflicto con los invasores de su tranquilidad comienza a surgir la polémica dentro de la familia: las exigencias de Walid, el padre, incapaz de ceder lo más mínimo a las pretensiones de quienes le han acompañado durante años, pero comienzan a desear una salida distinta a lo vivido, provoca resistencias y tensiones. Su esposa, interpretada por la actriz y realizadora Nadine Labaki, comienza a añorar algo de la vida que dejó atrás cuando se retiraron de la ciudad; su hija mayor, una adolescente con aspiraciones de conocimiento de otra realidad, también se resiste a continuar viviendo del modo que lo vienen haciendo. Solo la pequeña parece seguir queriendo vivir una existencia alternativa y peculiar. Con su gracia y particular inteligencia va puntuando las situaciones, mostrando una inteligencia y sentido poco común.

En los últimos años se insiste con marcado énfasis en la necesidad de respetar el medio ambiente y cuidar la casa común que nos cobija. Parece una pretensión universal, que Costa Brava Líbano también considera. Pero en todo caso, siendo una línea argumental precisa, fija más su mirada en la introspección de unas almas en permanente estado de conflicto consigo mismos y con la triste realidad que les parece tan ajena, pero a la que no pueden sustraerse.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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