¿Coger el plátano? ¿Soltarlo?

Aferrarse excesivamente a algo constituye una fuente de sufrimiento innecesario. Lo viene demostrando la experiencia universal. Los apegos y fijaciones terminan haciendo grandes estragos. Es lo que confirma esta simpática historia:

“En una ocasión un cazador preparó una trampa para monos colocando un plátano dentro de una jaula de bambú. Las barras de la jaula estaban separadas lo suficiente como para que un mono pudiera introducir la mano plana en su interior; pero no eran tan anchas como para poder sacarla sosteniendo un plátano.

Un mono que pasaba por allí vio el plátano, alargó la mano y lo cogió. Una vez agarrada la fruta no quería desprenderse de ella, Tan tozudo fue que fue cazado por quedarse atrapado. Aunque podría haberse liberado soltándolo, estaba convencido de que necesitaba ese plátano y no quería soltarlo”.

Ese mono quedó atrapado por una conocida trampa mental: perseguía aquello que pensaba que le haría feliz (comerse un plátano) y evitaba lo que creía que le produciría desdicha (perder el plátano). Su torpeza fue la ignorancia. No vio que su salvación estaba en algo tan simple como dejar el plátano.

¿Qué nos enseña este cuento? Que debemos discernir si es real o solo aparente la fuente de nuestra felicidad. Y en consecuencia, desprenderse de aquello que nos pueda acarrear -a la larga o a la corta- funestas consecuencias. Si hemos quedado atrapados en esa trampa, soltar el plátano metafórico es, sin duda, la salida correcta.

Sin embargo la relación causa-efecto entre nuestros plátanos metafóricos y nuestros sufrimientos suele ser más compleja que lo que se insinúa en el relato anterior. Hay veces en las que la opción más inteligente ante el sufrimiento no es huir (y menos aún, victimizarse, o rebelarse, o indignarse).

En ocasiones necesitamos establecer otra solución innovadora eligiendo experimentar el sufrimiento y atravesarlo, en lugar de esconderlo debajo de la alfombra o analizarlo inútilmente. Quien mantiene la apertura mental para aceptar las experiencias negativas de la vida adquiere la conciencia de que todo padecimiento –que en lo posible debe ser siempre evitado- forma parte de la existencia y posee un imborrable grado de inevitabilidad. El dolor deja de ser doloroso cuando se abraza libremente. Porque lo triste no es sufrir, sino hacerlo sin saber por qué. Cuando arrojamos luz sobre nuestro sufrimiento, este pierde buena parte de su mordiente. Quien verdaderamente vive, siempre está dispuesto a sufrir. Esa fue la aventura de Jesús de Nazaret. No bajó de la cruz, porque sabía que debía cumplir su misión.

Juan Carlos Martos, cmf

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