Es inolvidable el relato claretiano “de lo que ocurrió en el buque” (Aut. 129-136) a bordo del Tancrède, en su viaje desde Marsella a Civitavecchia en octubre de 1839. Entre las anécdotas que cuenta sobre aquellos largos cinco días de travesía, Claret recuerda con detalles la tremenda tempestad desatada. Aparte de lo sobrecogedor del hecho en sí, fueron en extremo penosas las condiciones materiales en las que viajó: pasando la noche al raso sobre cubierta, reposando en la proa sobre unos rollos de cuerda con la cabeza apoyada sobre un duro cañón de artillería, con su pobre hatillo por equipaje, y por alimento un poco de pan y queso empapados por el agua salada que volcaba aquel mar embravecido.
¿Pasó miedo en esos momentos el P. Claret? En su testimonio escrito no aparece en absoluto el más mínimo rastro de esa universal emoción. Como tampoco lo encontramos en lo momentos más apurados de su vida. Gente entendida indican que “de todas las emociones humanas, la más antigua y más poderosa es el miedo, y de todos los miedos, el más antiguo y más poderoso es el miedo a lo desconocido”. Ahora que nos toca lidiar con el coronavirus, que ha alterado indefinidamente los ritmos y rituales de nuestras vidas, es pertinente la curiosidad de saber cómo se las arreglaba Claret para superar los lógicos miedos en aquel peligroso trance.
Contra todo pronóstico, buscó una solución creativa para ajustarse y adaptarse a la incertidumbre de aquella penosa situación. Y recurrió al evangelio, no a la lógica. Como no viajaba “por recreo, sino para trabajar y sufrir por Jesucristo” (Aut 130), se concentró visceralmente en la vida del Señor, a quien tanto amó y tan minuciosamente trató siempre de imitar. De esta manera elaboró una alternativa mental capaz de generar pensamientos y deseos poderosos que le protegieron contra el miedo. Sin ese ejercicio, se hubiera sentido intolerablemente expuesto a un serio desequilibrio emocional. Choca el que tampoco contara con ayudas externas, ni con personas cercanas que le ayudaran a rebajar la presión angustiosa de aquellos momentos. ¿No es señal de una saludable psicología?
Termina su relato con una encendida acción de gracias a Dios por su bondad. “¡Oh, cuán bueno sois, Padre mío!”, cantará monsén Claret tras ese borrascoso y siniestro episodio cuando elaboró por escrito la vivencia.
Ante el pánico y la incertidumbre de esta insoportable pandemia actual… desempolvemos el método claretiano de afrontar las incertidumbres: “Meditar cómo estaría Jesucristo” (Aut. 131). Para superar miedos solo tuvo que pararse a pensar. Solo son dos palabras: parar y pensar.
Juan Carlos Martos Paredes, cmf