Es cierto que los cuentos hacen dormir a los niños y despiertan a los adultos. Pues bien, hay un hermoso cuento que nos sirve para iniciar esta reflexión que pretende servir a quienes se acerquen a leer estas páginas.
«Un maestro hindú mostró un día a sus discípulos un folio con un punto negro en medio. – “¿Qué veis?” – preguntó. – “Un punto negro” –respondieron. –“Ninguno de nosotros ha sido capaz de ver el gran espacio blanco” – replicó el maestro».
Existe una ley no escrita en virtud de la cual los periódicos y las televisiones están llenos de crónicas negativas y de sucesos lamentables. Un solo delito pesa más que mil actos de generosidad y de amor, según los criterios informativos. Todos hemos oído alguna vez que los intentos de lanzar publicaciones con buenas noticias, han fracasado hasta ahora, por falta de lectores asiduos.
También es posible que nosotros estemos inclinados a ver la paja en el ojo ajeno e ignoremos la generosidad de tantas de sus miradas. Es frecuente levantar acta con una lista larga de amarguras y sinsabores y, a la vez, ignorar la serenidad y la alegría que normalmente llenan en su mayor parte nuestros días. Nuestro pensamiento se fija más en los puntos oscuros del cielo de nuestra historia personal que en las extensiones de azul y de luz que la embellecen.
Es verdad que no debemos ser optimistas ingenuos. No podemos ignorar el mal que cubre con un mantón oscuro las vicisitudes humanas. Pero no es justo considerar como marginales la maravilla del amanecer o de los atardeceres, el encanto de una sonrisa franca, unos padres dedicados a su familia, la serena bondad de muchas personas que no se asfixian ante los problemas que les presenta la vida, el calor permanente de quienes se aman sinceramente, el esplendor que destila la sabiduría de un pensamiento, o el buen humor con el que algunas personas alegran la convivencia. La luz es más fuerte que la oscuridad. Aunque nos parezca lo contrario.
En esta línea termino con unas palabras de Etty (Ester) Hillesum escritas desde el campo de concentración de Auschwitz, donde le fue arrebatada trágicamente la vida a la edad de 29 años en una cámara de gas el 30 de septiembre de 1943:
«Pero, ¿creéis que no veo el alambre de púas, que no veo los hornos crematorios, que no veo el imperio de la muerte? Sí, pero también veo un pedazo de cielo, y en ese pedazo de cielo que tengo en el corazón veo libertad y belleza. ¿No lo veis? ¡Pues así es!»
Juan Carlos Martos, cmf