Hace unos años, Clint Eastwood retrató en Banderas de nuestros padres, reverso de Cartas de IwoJima, la afición de la sociedad norteamericana a encumbrar a sus héroes y disfrutar por delegación interpuesta de los éxitos conseguidos por ellos. Cuando esos héroes son soldados que han intervenido en un conflicto, entiéndase que hablamos de exitosas empresas que pretenden levantar el ánimo de la gente. Pero detrás de tanto aparato y organización laten intereses no muy claros, que terminan aburriendo a los mismos protagonistas, descontentos del uso interesado que otros hacen de sus vidas desde cómodos despachos alejados de las balas o las bombas. Así lo hizo Clint Eastwood en la película citada, en el contexto de la guerra del Pacífico, y lo hace ahora Ang Lee en Billy Lynn, acompañando a un grupo de soldados contendientes en Irak y, particularmente a uno de ellos que fue filmado realizando un acto de heroísmo al intentar salvar al sargento de su compañía, gravemente herido por los insurgentes iraquíes.
Hay que reconocer que la industria hollywoodiense se las pinta muy bien cuando trata de retratar historias enmarcadas en escenarios llenos de figurantes, luces, ruido y caos. Así sucede en esta película que desarrolla parte de su metraje en un estadio y en un partido importante de futbol americano, lleno de público y cámaras que difunden el acontecimiento. Pero hay otra cara más estimulante y proclive a la reflexión: las escenas del soldado condecorado en la casa familiar: su padre enfermo es un entusiasta patriota que ha animado a su hijo a defender a su país en el otro lado del mundo; su hermana (Kristen Stewart, cada vez mejor actriz y más lejos del papel que interpretó en la saga Crepúsculo), por el contrario, es una crítica antibelicista que intenta convencer a su hermano de la inutilidad de su decisión de volver al conflicto y arriesgar su vida. También Billy Lynn (su nombre da título a la película) observa la doble moral de quienes les vitorean, pero se mantienen en segundo plano, los jalean por lo que hacen, pero siguen intrigando, viviendo sus vidas cómodas y satisfechas porque otros (Billy y sus compañeros) hacen lo que ellos no quieren ni se atreven a realizar. Es el caso de la animadora que tras un flirteo con Billy se olvida de él con la misma facilidad con que se contonea en la pasarela.
Como podía esperarse de Ang Lee (doble ganador del Oscar como mejor director) rueda las escenas de acción con precisión, ofreciendo una visión terrosa y cercana del enfrentamiento; y no rehúye grandes escenas de masas con multitud de figurantes que dan credibilidad a la historia. No obstante, el realizador taiwanés ha ofrecido mejores platos.
Antonio Venceslá, cmf