No es frecuente poder ver cine brasileño. Se trata de una cinematografía bastante ajena. Algunos nombres que destacan son los Fernando Meirelles o Walter Salles, que tras sus comienzos en el ámbito local (con Ciudad de Dios o Estación Central de Brasil) se dirigieron a públicos mayoritarios en producciones internacionales (Diarios de motocicleta, El jardinero fiel o A ciegas). Pero Brasil existe en el panorama cinematográfico y su huella ya es antigua. Los años sesenta del siglo pasado ofrecieron muestras del llamado Novo Cinema Brasileiro, del que hay ecos en Bacurau, película extraña, ecléctica y deudora de varios géneros. Comienza como una comedia coral y a lo largo de sus minutos se adentra en esquemas del western, la aventura sangrienta y también cierta crítica sociopolítica en forma de parábola a cuentas del actual mandatario brasileño, Bolsonaro.
Hasta bien entrada la película no intuimos el eje que centrará la acción en su segunda mitad. Acompañamos a un grupo humano que habita en un pueblo abandonado, en medio de un secarral al que han de aprovisionar de agua con un camión cisterna. Sus habitantes parecen emerger de una historia mágica y Bacurau podría ser Macondo o Comala. Los primeros minutos nos invitan a acompañarlos en sus ritos de convivencia cuando despiden a la matriarca que ha muerto después de una larga ancianidad.
Pero la presencia de agentes externos (un político corrupto y un grupo de americanos que quieren distraer su aburrimiento) introduce en la historia elementos que la elevan a la categoría de parábola, pudiendo entenderse como una crítica a formas de colonialismo y a la exacerbada política interna de su actual presidente Jair Bolsonaro. Aunque la película está situada en un futuro no muy lejano, se adivinan con claridad los rasgos de una visión del presente de un país muy castigado por males sin freno.
Antonio Venceslá Toro, cmf