Ayudar a Dios

Viene a mi memoria una bonita historia del escritor brasileño Pedro Bloch donde se narra el diálogo que este autor tuvo con un niño y que le dejó literalmente conmovido.

— ¿Rezas a Dios? —preguntó Bloch.

— Sí, cada noche —contestó el pequeño.

— ¿Y qué le pides?

— Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.

Tendríamos que preguntarnos qué sentiría Dios al oír a este chiquillo que no fue a Él, como hacemos la mayoría, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas y de protestas por lo mal que marcha el mundo. Lo sensacional de la actitud de ese niño fue ofrecerse llanamente a Dios para echarle una mano, si es que Él le necesitaba para algo.

Esta historia puede resultar para algunos poco creíble, insólita e… ¡irrepetible! Porque no cabe en un mundo como el nuestro, repleto de gente exigente y protestona. Y, sin embargo, coincide con lo que Antonio Mª Claret vivió, también de niño, como él mismo narra en su autobiografía. Lo detalla así: “Al anochecer, cuando apenas quedaba gente en la iglesia, entonces volvía yo y solito me las entendía con el Señor… Me ofrecía mil veces a su servicio, deseaba ser sacerdote para consagrarme día y noche a su ministerio, y me acuerdo que le decía: Humanamente no veo esperanza ninguna, pero Vos sois tan poderoso que, si queréis, lo arreglaréis todo” (Aut. 40).

Algo semejante dejó también escrito en su Diario una muchacha judía, Etty Hillesum, muerta en Auschwitz en 1943 por los nazis: “Con latido del corazón tengo más claro que tú -Dios- no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior…”. No pensaba en suplir a Dios -lo que sería un disparate-, porque entendía que “ayudar a Dios” es ayudar al amor, a que no desaparezca de nosotros, no echarle de nuestro interior…

Necesitamos escuchar historias de este tipo para aprender a vivir. La auténtica vida –no la “buena vida”- o nace del amor o es un fiasco. No tiene nada que ver con un forcejeo inútil contra un Dios autoritario, ni de satisfacer los propios gustos y deseos, ni se confunde con un golpe de buena fortuna, ni se reduce a acertar en la lotería de la vida… Una vida plena hunde sus raíces en el gesto inusual de ofrecerse a Dios para ayudarle.

Deberíamos «sulfatar» las raíces de todas las infancias y adolescencias contra el egocentrismo, para que cuando, antes o después, el viento se lleve esos sueños infantiles e ingenuos que alguien les prendió con alfileres, lo que les quede bien grabado sea el convencimiento de lo que más vale en la vida es tener un corazón no demasiado encallecido por el egoísmo, los ojos limpios y algunos kilos de coraje. Así no harán de la vida una piedra para sentarse en ella a llorar, sino un trampolín donde apoyar bien los pies para saltar constantemente hacia más arriba.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: youssef naddam)

 

Start typing and press Enter to search