Ayer, hoy, mañana

Nunca está de sobra reflexionar sobre el tiempo. Hemos superado la mitad del mes de enero y nos quedan once meses largos para finalizar este año 2022. Constantemente andamos suspendidos entre la nostalgia del pasado reducido ya a mero recuerdo, y lo incierto de un futuro no desprovisto de sorpresas, enigmas e incluso dramas. El presente suele ser el cuarto de los lamentos.

Esta triple dimensión del tiempo seguirá siendo materia de meditación para muchos. Y no sólo para pensadores y filósofos. Porque, lo que todos experimentamos, es su imparable fluidez. ¡Cómo pasa el tiempo! (¿o acaso somos nosotros?). No podemos hacer como Josué que ordenó al sol y a la luna que detuvieran su marcha en la batalla contra los gabaonitas (cf. Josué 10, 12-13).

Tal vez el problema de fondo ante esas agitaciones por la nostalgia al pasado, el miedo al futuro y la desazón ante el presente se deban a nuestra incapacidad para vivir el tiempo en plenitud, aceptándolo. Nos lamentamos del pasado porque lo hemos perdido, o lo añoramos idealizándolo. El presente solo engendra lamentos por lo malos que son los tiempos –“todos ellos”, como decía Borges-. El futuro, precisamente por desconocido, nos asusta. Ante este gran maestro que es el tiempo y que va matando a sus discípulos, ¿qué podemos aprender?

La Biblia tiene una respuesta en labios del sabio Qohélet, quien nos dejó un precioso consejo para vivir esta realidad tan íntimamente nuestra: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo” (Eclo 3,1). Puesto que Dios ha creado el tiempo en una cantidad suficiente, vivamos con intensidad el sacramento del momento presente. Pero, ¿cómo lo has de vivir?

  • Agradece el ayer, pero dile “adiós”. Despídete de él y no te dejes atrapar por las pegajosas cadenas de la nostalgia que hipotecan tu libertad. La vida se comprende mirando hacia atrás y viéndola como providencia, pero hay que vivirla hacia delante como promesa.
  • Abraza lo que te venga hoy. Si estás atento y evitas las prisas descubrirás lo mucho que contiene la vida cotidiana. Solo existen dos días en el año inútiles: Uno se llama ayer y otro mañana. Hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer y, principalmente, vivir. “Cada día tiene su afán” (Mt 6,34).
  • Abandónate al mañana que Dios te tiene preparado y que pone frente a ti. No pases la vida preocupándote de cosas que jamás te van a ocurrir. Ten sueños, eso sí; pero sé capaz de soportar lo que acontezca. Lo que debe suceder, sucederá. Y traerá bendiciones. Sobre todo, al final.

El tiempo -ayer, hoy, mañana- es el único escenario en el que desplegamos nuestra existencia. Cuidemos de “no matarlo o perderlo” con las armas de la nostalgia, del miedo o de las prisas.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Aron Visuals)

 

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