No sorprende el realizador español Rodrigo Sorogoyen con su última película, As bestas. Y es que en su cine anterior ya mostraba la calidad que atesora y el rigor de los guiones de sus películas, escritos al alimón con su guionista Isabel Peña.

As bestas comienza casi como un documental entomológico: la filmación de “A rapa das bestas”, una fiesta en la que los lugareños de una aldea gallega fuerzan a la inmovilidad a los caballos salvajes que durante el invierno han campado libres por el monte, para cortarles las crines y desparasitarlos. La imagen es un adelanto de la que será una de las escenas cruciales de la película. No da Sorogoyen puntada sin hilo.

Una pareja francesa, Antoine y Olga, llegada a una aldea gallega para encontrar allí tranquilidad, agricultura ecológica, encuentro con la naturaleza… Y una pareja de hermanos, campesinos de toda la vida, símbolos de la Galicia más profunda, deseosos de salir de la miserable vida que llevan viviendo. Y por un conflicto sobre la venta de la tierra para construir un parque ecólico, revienta la violencia entre los hermanos y Antoine que, llegado de fuera, apegado a la tierra y movido por nobles intereses ambientales no quiere abandonar la vida que ha construido en aquel lugar que, para él, es ya su lugar, aunque proceda de otro espacio más lejano, y donde también ha hecho amigos y ha construido un espacio donde reconocerse y alcanzar la armonía tan buscada…

Así, la primera parte de la película, aproximadamente los primeros noventa minutos, están centrados en los hombres que se enfrentan, discuten, gritan. Los hermanos se revelan como tipos de una maldad que se diría casi excesiva: amenazan, dan miedo, no dejan de poner trabas y echar a perder el trabajo de Antoine y Olga. La interpretación de Luis Zahera, el mayor de los hermanos, es de una intensidad que produce pavor. Y cuando parece que todo va a centrarse en el enfrentamiento hasta un final más que previsible (y conocido, pues una historia real sirve de base al guion de As bestas), una elipsis genial da entrada a una segunda parte, el último tercio de la película, en el que adquiere protagonismo Olga, la esposa, y Marie, la hija llegada de Francia a visitarla y convencerla de que abandone su proyecto y regresa con ella al mundo del que partió.

Cesa la violencia soterrada y angustiosa de la primera parte, pero la convivencia de Olga y su hija nos proporciona unas escenas de magistral escritura, llenas de reproches y duras réplicas de Marie que no entiende el destino elegido por Olga y su afán de perseverar en ese lugar; por otro lado, Olga que ocupa el protagonismo en el tramo final de la película, insiste en la búsqueda del marido desaparecido, aunque bien sabe ella y todos los habitantes de la aldea, el destino final que sufrió y los responsables que los provocaron.

Ya he aludido al trabajo de sus intérpretes. Es admirable el modo cómo Denis Menochet, Luis Zahera y Diego Anido encarnan la tensión que se ha adueñado de su relación. Y Marina Foïs y Marie Colomb transmiten con hondura y emoción sus particulares modos de ver la vida y encarar el futuro.

Os recomiendo vivamente esta película. Es una de las grandes películas del año. El cine español no creo que ofrezca una producción de este nivel. Una vez más Rodrigo Sorogoyen (e Isabel Peña) ofrecen una muestra ejemplar de su trabajo.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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