Es evidente la influencia de la tecnología en la vida cotidiana. Cada vez es mayor la presencia de dispositivos electrónicos en nuestra vida, con fines laborales, lúdicos, comunicativos. Las empresas dedicadas al ramo ofrecen modelos cada vez más sofisticados que prestan servicios innovadores que pretenden facilitar la vida. Pero no siempre sucede así. Los riesgos que pueden derivarse de la aplicación excesiva de la tecnología a la vida ordinaria es el eje conductor de los episodios de Black Mirror, serie de televisión que comenzó a ser emitida en 2015 en el Canal 4 de la televisión británica, y que posteriormente ha sido adquirida para su emisión en Netflix. Desde hace pocos días está disponible la cuarta temporada.

Voy a centrar mi comentario semanal en uno de los episodios de esta última temporada: lleva por título Arkangel. Ha sido realizado por Jodie Foster, conocida actriz estadounidense.

La historia es sencilla. Marie, madre soltera, da a luz a una hija, Sara. Cuando ésta es pequeña, desaparece accidentalmente cuando su madre la lleva al parque. La encuentran pronto, pero la angustia provocada en Marie por la desaparición de su hija, la empuja a acudir a una empresa que implanta a la niña un chip en su cerebro para que la preocupada madre pueda saber en todo momento, a través de una tableta de control parental, dónde se encuentra su hija, qué ve, cuál es su estado de salud. Incluso puede evitar que Sara sufra ante situaciones que le provoquen ansiedad. La historia, como se puede predecir, deriva hacia terrenos imprevisibles, que aquí no voy a desvelar.

No es un tema inédito en el cine. Hombres, mujeres y niños (película de 2014 en la que interviene Rosemarie De Witt, protagonista también de Arkángel) abordó en una de sus líneas argumentales un tema similar, describiendo a una madre que queriendo proteger a su hija, controla sus mensajes en las redes sociales.

Lo interesante es la reflexión que introduce ante la posibilidad real de control de los hijos por parte de padres o madres que buscan su bien por cualquier medio, con resultados a menudo descorazonadores. ¿Es educativo querer proteger a los hijos a costa de la autonomía y la capacidad de decisión de estos? También subraya el telefilm la inconveniencia de pretender evitar a los hijos contrariedad, sufrimiento o frustración. Puede ser comprensible el deseo de muchos padres de proteger a sus hijos para evitarles situaciones de riesgo. Pero, nos previene Arkangel, esta actitud no puede ser llevada al límite de un control excesivo que solo consigue resultados muy ajenos a la intención de los padres. No es extraño que el rechazo sea la respuesta a un control manipulador, por más bienintencionado que sea.

Antonio Venceslá, cmf

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