Durante los tres años que duró la experiencia del gobierno de Unidad Popular en Chile, de 1970 a 1973, éste tuvo que enfrentar no solo serios problemas económicos sino una constante y progresiva protesta social de la burguesía chilena que se hacía patente en las acciones llevadas a cabo por grupos paramilitares, uno de los cuales llamado “Patria y Libertad” ocupa el lugar central de Araña, la última película del realizador chileno Andrés Wood. En una película anterior, Machuca, ya nos había llevado a esa época retratando la situación social a través de los ojos de dos niños de distinta extracción social.

 

Los protagonistas de esta interesante película son tres jóvenes de extrema derecha que defienden un nacionalismo rancio y proclaman los valores y el discurso ampuloso y vacío característico de los grupos extremistas. Dos de estos jóvenes, Inés y Justo, son de posición social acomodada y pertenecen a una burguesía reaccionaria que se revuelve contra las políticas del gobierno y contra quienes no comulgan con sus ideas, haciendo, como dice Inés, la revolución con “whisky y caviar”. El trío lo completa Gerardo, un joven de clase baja que comparte los mismos postulados de los primeros, y se une a la lucha del grupo fascista, manteniendo una actitud de retraimiento que podría confundirse con sumisión y complejo de clase. A la lucha política se une la relación amorosa que se entabla entre Inés y Gerardo, a pesar de las reticencias iníciales de éste. Todo sucede en 1971. Una serie de circunstancias provoca que Gerardo se aleje tal vez para siempre.

 

Han pasado muchos años, y ya en tiempo actual, Inés y Justo están situados en una posición económica desahogada y mantienen su actitud prepotente y ultraderechista, aunque guardando las formas sociales y ocultando su pasado violento. En ese contexto reaparece Gerardo que ha sido detenido por erigirse en juez y ejecutor de quienes no merecen, a su juicio, respeto. Al enterarse, Inés hará lo posible por evitar que salgan a la luz las historias de su juventud. Para ello mueve los hilos necesarios haciendo gala de una actitud nada lejana de la que mantenía cuando era joven, haciendo del desprecio a los demás, particularmente a quienes no comparten el ideario que ha regido su vida, su norma de conducta.

 

Andrés Wood parece prevenirnos: las serpientes de ayer siguen incubando sus huevos y se infiltran en el entramado social también hoy. Es la suya una mirada nada complaciente con los grupos que retrata. La interpretación de los protagonistas retrata muy bien la repulsa que provoca sus actos.

 

Las dos últimas escenas de la película ahondan en la crítica y el desprecio que inspiran al realizador la fauna que nos ha retratado: un postrero gesto radical de Gerardo y una escena final que hace que nos removamos en el asiento, al constatar que el mal sigue acampando, con capas de respetabilidad, entre nosotros.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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