La tarde va cayendo y no se quiebra
ninguno de sus versos.
Mi mirada se posa
en este laberinto de palmeras
y manos enlazadas
que anteceden al rito de la sangre.
El silencio incipiente
amarillea los contornos
antes de que suceda
el abrazo indolente
de las sombras que llegan…
Y limpio los pinceles amarillos
en agua de canela y pesadumbre.
Y guardo la paleta con los colores vivos
que quedaron después de estos afanes.
(Punto final
a esta lujuria
de vértigos y vidrios amarillos)
En esta hora de múltiples caricias
sigue Dios en silencio navegando.
Y tú me dices
que tengo pájaros en la cabeza.
(¡Y qué mejor lugar para anidar los sueños!)
No me pidas un sueño,
que van quedando pocos
por el sendero acostumbrado
de los labios en flor.
Pídeme una palabra
y empecemos de nuevo.
Blas Márquez Bernal, cmf