Antón, su amigo y la revolución rusa

Basada en una historia real, Dale Eisler escribió en Anton, su amigo y la revolución rusa, una historia de recuerdos del pasado de su familia. Narrada en un largo flashback, la película nos hace retroceder a una época convulsa. La revolución rusa ha tenido lugar y los bolcheviques imponen su ley a sangre y fuego. Dos niños, Anton y Jakov, uno cristiano y el otro judío, viven en una aldea inmersa en los fértiles campos de Ucrania, cerca de Odessa, junto al Mar Negro. Anton es de origen alemán, miembro de una familia que emigró desde su país hace años para sobrevivir cultivando la tierra y cosechando su fruto. Jakov es judío, hijo del dueño del comercio de la aldea y confidente aparente de los bolcheviques, particularmente de una miliciana sin escrúpulos llamada Dora y apodada (con razón) “la ramera soviética”. Los niños entretienen sus días entre juegos, correrías por los campos y contemplación de las nubes intentando descubrir en el cielo una presencia de los ausentes. La violencia soterrada que se palpa en el ambiente y el temor a que los bolcheviques les roben las cosechas se hace triste realidad cuando un grupo llega a la aldea para requisar comida con la que alimentar a las fuerzas que luchan contra quienes pretenden abortar la revolución. La violencia llega a la familia de Anton que ve como su padre y su hermano sufren las consecuencias, y el hermano de su madre (sacerdote ortodoxo) se apresta a luchar contra los invasores formando parte de un grupo de rebeldes.

Todo eso no parece oscurecer el tranquilo horizonte en que se desenvuelve la vida de los niños que en su inocencia toman decisiones que conducen a situaciones impredecibles.

El realizador de la película, Zaza Urushadze, ya nos había ofrecido en Mandarinas (comentada en este blog) una historia de resistencia, pero desde valores no violentos, una propuesta pacificadora que abogaba por la solución pacífica de los conflictos. En este caso, la perspectiva es más pesimista: no hay lugar para la reconciliación. La única vía de escape es la eliminación del enemigo o el exilio.

Por ello, esta película que subraya el valor de la amistad de los dos niños, la sitúa en una tierra de nadie donde no parecen estar sucediendo las atrocidades que contemplamos (de un modo muy elíptico, justo es decirlo, porque el realizador no carga las tintas al mostrar la violencia), como si la infancia de Anton y Jakov sucediera en otro lugar y otro tiempo.

En medio de todo, queda la humanizada tolerancia que desdeña la lectura llena de prejuicios de quien se ampara en la religión para rechazar al otro, y, una vez más, la perspectiva crítica de un bolchevismo sumido a estas alturas en las alcantarillas de la historia. No sé si es suficiente bagaje para encandilarse con Antón y su amigo judío.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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