En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por arrastrar una mesa muy pesada. Su papá, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijito, le preguntó:

  • «¿Estás usando todas tus fuerzas?»
  • «¡Claro que sí!» -contestó malhumorado el pequeño.
  • «No es cierto -le respondió su padre- no me has pedido que te ayude».

Aquel niño se sentía incapaz y también desvalido en su tarea. A Pablo Picasso, el gran artista, le ocurrió algo contrario. Siendo también niño, se desató un enorme incendio en la ciudad donde vivía su familia. En aquella noche caótica la gente corría a la desbandada por las calles gritando como enloquecidas. La agitación y la anarquía reinaban por todas partes en medio de un escenario dantesco.

Ya de adulto, el mismo Picasso recordando aquella noche comentó cómo en medio de todo el caos, su padre lo acomodó en su pecho y lo protegió con su chaleco. Desde aquel lugar pudo observar toda la confusión a su alrededor. Al calor del abrazo de su padre, -reconocía-, no sintió miedo alguno, solo un asombro especial que le hizo retener en su memoria todo lo que estaba pasando. Se sentía fuera de todo peligro y comprobó entonces que un padre no es el que da la vida. Eso sería demasiado fácil. Un padre es el que da el amor y protección. Y eso, para todo niño es inolvidable.

No sé por qué, pero todo esto me trajo el recuerdo de la historia de otro niño por algo que le sucedió un 24 de diciembre. Era Nochebuena. Como era costumbre, fue a la Misa de Gallo con su familia. Al entrar en el templo le llamó poderosamente la atención el pesebre que estaba junto al cancel. Lo había visto otras veces. En Navidad era normal que los padres acercaran a sus hijos al pesebre para contemplar la escena del Nacimiento. Pero en aquella ocasión le atrajo poderosamente el niño Jesús, como nunca le había pasado. Pertenecía a un nacimiento que se mantuvo por muchos años en aquella parroquia, ya lo conocía y después pudo visitarlo con frecuencia. ¿Qué pasó por su mente y por su corazón?

A los ojos asombrados de aquel niño sensible, toda la paz prometida en la visión del profeta Isaías se le desveló allí mismo: un niño pequeño, el Príncipe de la paz, el Dios de todo el universo, duerme pacíficamente sobre paja, rodeado por una madre amorosa, un padre atento, pastores que adoran y animales tranquilos y en silencio… Para un niño, la escena del nacimiento de Jesús es como un “chaleco de seguridad”.

Un niño sensible que ve y experimenta todo eso en aquellas imágenes, se aleja del pesebre con los ojos y con el corazón de un místico, con la seguridad de que el Dios de los pobres, los pacíficos, los pequeños y los inocentes gobierna el mundo. Feliz Navidad.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Lee Young)

 

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