La ciencia ficción es un género prolífico que ha ofrecido muestras abundantes para regocijo de sus innumerables fans. En unos casos ha sido cauce de aventuras en sesiones de refresco y palomitas, caso de la saga galáctica iniciada por Georges Lucas en 1977 y que está a punto de concluir con el reciente estreno de El ascenso de Skywalker. En otros, la ciencia ficción ha sido trampolín para reflexiones de hondo calado, en torno al sentido de la vida (Blade Runner), las relaciones paternofiliales (Interstellar), el deterioro del medio ambiente (Soylent Green), el conflicto nuclear y sus tristes consecuencias (La hora final), entre otros temas.
El realizador James Gray nos ha ofrecido recientemente una muestra de ciencia ficción reflexiva y, por ello, nada apta para los adeptos a las palomitas y las sesiones prescindibles. En Ad Astra, nos narra la historia de un astronauta (al que interpreta Brad Pitt, de forma contenida y muy alejada de la convencional imagen que de él nos ofrecen las gacetas) que, en medio de diversas vicisitudes, ha de partir al encuentro de su padre, desaparecido hace muchos años, pero supuestamente aún vivo (y tal vez con sus condiciones mentales disminuidas) en un planeta lejano de nuestro sistema solar, y posible responsable de unas graves perturbaciones que amenazan la vida en la Tierra. Hay en esta breve sinopsis argumental algunos ecos de ‘El corazón de las tinieblas’, la novela de Joseph Conrad que ya fue adaptada apócrifamente por Francis Coppola en Apocalypse Now. Porque, como el protagonista de la novela citada, Roy McBride se enfrenta con la tarea de poner freno a la paranoia de su progenitor.
La voz en off que puntúa frecuentemente la película la convierte en una especie de monólogo interior, reflexivo e introspectivo, descriptor de las heridas que arrastra su protagonista, marcado por la ausencia paterna. Apenas hay en Ad Astra escenas de acción que hagan digerible la narración a quienes gustan de las mismas (el accidente de la escena inicial que actúa como detonante de lo que está por venir, el conflicto con los piratas en la Luna, el ataque de unos desagradables babuinos camino de Marte, o la partida del viaje definitivo hacia los anillos de Saturno). Diría más bien que estas escenas son momentos de transición (cierto peaje que hay que pagar en aras de la comercialidad) hacia lo que realmente importa: el viaje interior que el héroe realiza cruzando la inmensidad estelar para llegar al encuentro consigo mismo.
En el haber de Ad Astra hemos de destacar las interpretaciones (Brad Pitt y Tommy Lee Jones se prestan a reflejar gestualmente el dolor interior que les consume; y lo hacen con convicción) y los efectos especiales, que hacen creíbles las situaciones y los viajes interplanetarios; muchos planos nos sumergen en la inmensidad del cosmos, acompañados por la música de Max Richter, apropiada para un viaje tan placentero…

Antonio Venceslá Toro, cmf

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