Acercarse al discapacitado: cuestión de naturalidad

Hace unos días publicábamos en esta sección el artículo de Gregorio, una persona con un grado alto de discapacidad que nos contaba algo de lo que ha supuesto para él esa circunstancia. También cómo había encontrado un hogar en el que sentirse como uno más, en la Institución Benéfica Sagrado Corazón de Jesús (IBSC), concretamente en la casa de Granada. Pues bien, como venimos haciendo, tras ese testimonio queremos ofrecer algunas «pistas» para trabajar con el objetivo de que las personas que viven situaciones parecidas no se sientan «en la periferia», descartadas, excluídas. Hoy esas pistas las ofrecen por partida doble la Hermana Mª Eugenia, de la IBSC, y Ignacio Salas, seglar claretiano y voluntario desde hace muchos años en dicha casa. La primera nos recuerda una clave fundamental para que todas las personas que viven situaciones así no se sientan rechadas y el segundo nos ofrece algunos criterios de intervención. Gracias a los dos. Y a todos los que, de una manera u otra, consiguen que la fraternidad alcance a todas las personas independientemente de su situación física o de salud.

Agustín Ndour

 

En la periferia? ¡En el Corazón de Cristo!

Después de casi 19 años viviendo cada segundo de mi vida al lado de personas enfermas, abandonadas por sus familias en la mayoría de los casos, o sin un lugar donde vivir, puedo afirmar que estar junto a ellas en las Casas del Sagrado Corazón es un privilegio.

Desde un punto de vista humano puede decirse que “vivimos” en la periferia, pero a los ojos de Dios no es otra cosa que estar en el centro de su Corazón, porque allí donde están sus favoritos se manifiesta su Amor sin límites. Puede parecer una odisea y hasta un acto heroico adentrarse en este mundo “marginado” de la sociedad, pero para los que formamos la gran familia de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, es precisamente Él el que nos empuja con su amor a darnos sin medida, a ser instrumentos de su amor para con estos enfermos. Como religiosa de esta Institución, cada día me maravilla más cómo, a pesar de estar supuestamente en la periferia, en nuestras casas se vive ya la antesala del cielo: personas que no han tenido nada en la vida, rechazadas a causa de su enfermedad por sus propias familias, viven ahora felices, a pesar de la enfermedad, sintiéndose muy queridas, pero sobre todo especiales para Dios, y sintiendo que son más bien los “otros” los que viven en la periferia, en la periferia del Corazón de Cristo, simplemente porque viven alejados de su amor.

Me vienen a la memoria frases como “Nos hiciste, Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” de San Agustín, o “La gloria de Dios es que el hombre viva” de San Ireneo. Ese es el camino para que estos enfermos no se sientan rechazados, aislados o marginados a causa de sus enfermedades o del abandono sufrido en sus vidas. Y en palabras de mi fundadora, la Madre Rosario Vilallonga, “Las almas se conquistan a fuerza de amor”, es decir, sólo el amor nos redime, sólo Su Amor que brota de su Sagrado Corazón nos redime y, nosotros, instrumentos de ese amor. Esa es la forma de evitar que vivan en la periferia de este mundo. Y como decía San Juan Pablo II, no debemos tener miedo de abrirle las puertas a Cristo, porque abrírselas a estos enfermos es abrírselas al mismo Dios.

Hna. Mª Eugenia.

 

Acercarse al discapacitado

Tras la Segunda Guerra Mundial muchas personas quedaron afortunadamente vivas pero con secuelas graves. La sociedad no podía dejarlas abandonadas y las declaró “inválidos”. El estado debía protegerlas y proporcionarles recursos para su subsistencia. Esto hizo que salieran a la luz también las personas que tenían algún tipo de deficiencia o secuela aunque no fuera por causa de la guerra (enfermedad, de nacimiento, por accidente, etc.). Anteriormente se crearon (y aún existen) instituciones benéficas que se ocupaban de aquellos que tenían algún tipo de discapacidad: la ONCE para ciegos, Inválidos Civiles, etc.

En los últimos 50 años nuestra sociedad ha ido, poco a poco, viendo a las personas con discapacidad y aceptándolas como una parte integrante. Así se han promulgado leyes en su favor como la Ley de Integración Social del Minusválido (LISMI) o, más recientemente, la Ley de Dependencia. Aún existen muchos prejuicios y rechazos a todo aquél que vemos con algún tipo de deficiencia física o psíquica. Pero los humanos somos seres sociales por naturaleza. Necesitamos vivir y relacionarnos con otras personas. También los discapacitados. Tú y yo somos parte de la sociedad y si nos relacionamos naturalmente con todo tipo de personas, sean o no minusválidos, estaremos contribuyendo a construir un mundo donde todos tengan cabida.

Todo hombre o mujer con una limitación física o psíquica, por el simple hecho de ser persona, es capaz de percibir estima y cariño. El mismo Jesús se acercaba a ciegos, leprosos, cojos, paralíticos… son los “preferidos” del Señor. Debemos charlar con ellos con sencilla naturalidad, seguro que será una conversación agradable y nos permitirá cultivar en nosotros lo mejor de lo que somos capaces. Si no pueden comunicarse verbalmente, siempre podremos hacerlo con el lenguaje del tacto y así mostrarles aprecio y simpatía.

Durante mucho tiempo nuestra sociedad ha mantenido a los discapacitados en algún tipo de “periferia” y aún hay muchos aspectos sociales que siguen marginando a estas personas – por ejemplo: la integración en el mundo laboral – , pero que la sociedad los admita como miembros útiles y de pleno derecho depende de que todos los aceptemos como lo que son: conciudadanos como los demás.

Ignacio Salas, sc

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