No dejes que tus manos acaricien
la piel envejecida
de los besos que hieren
y borran de inmediato los turpiales
de albahaca y los surcos.
No dejes que tus manos
estrechen otras manos que congelan
la memoria del tacto
y te dejen temblando las caricias.
No dejes que tus manos
anuden los estambres
de las palabras buenas
y envuelvan los recuerdos fértiles
en papel arrugado.
No dejes que tus manos
se cierren en círculos huecos
de caracolas verdes,
y se marchiten los latidos.
Abre tus manos de una vez
al ancho pleamar de los silencios.
Y avanza lentamente
hasta que el tacto de las olas
haga reverdecer tus manos,
mientras la luna nueva de corales
baña tu desnudez y se desatan
los nudos
de todos los quebrantos
en la cima del tiempo.
Blas Márquez, cmf