A propósito del comienzo del año

A la luz de la Fratelli Tutti los creyentes estamos emplazados a ser autores de fraternidad. Y vivirla encarnándola con sencillez y esperanza, fomentando la comunión desde una presencia samaritana por los caminos de un mundo que estigmatiza, y donde el sufrimiento de muchas personas vulnerables debe tener unas resonancias muy especiales. Nuestra aspiración es la de suscitar los valores del reino: la paz, la justicia, la vida y los derechos para todos, sin duda asumir una postura profética y transformadora. Buscando en nuestra forma de plantear y vivir la misión desde un nuevo paradigma que respete la dignidad de cada persona.

Por ello, vivir la fraternidad desde y en esta realidad nos exige tejer redes de comunión con otros, especialmente, con todas esas personas y realidades que ponen al ser humano en el centro, y a ser creador de una comunidad de iguales, de hermanos, sin racismo, más fraterna sintiéndonos parte activa de una colectividad mucho más amplia, comprometiéndonos en el barrio, en la ciudad, y en nuestro país, y solidarizándonos con lo que está sucediendo hoy en nuestro mundo cada vez más inhumano, en ese modo concreto de identificarnos con “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”.

Nuestro hermano Casaldáliga interpelaba a los creyentes con una propuesta profética: ¿Queremos salvar el sistema o queremos salvar la humanidad?  Desde la óptica concreta de acompañar a las personas migrantes es evidente que nuestro lugar es estar y salvar la humanidad, y posicionarnos, también hoy, de parte de los más vulnerables. Para ello es necesario un continuo discernimiento para vivir en mayor coherencia con las necesidades reales de estos hermanos nuestros. Hoy por desgracia hemos tenido la oportunidad de ser espectadores de situaciones esperpénticas dentro de la misma realidad eclesial. Creer en la fraternidad es trabajar y luchar por ella sin tirar la toalla aun en los momentos conflictivos, que no son pocos. La esperanza, mientras trabajamos por esta fraternidad todavía lejos, es la mejor experiencia de que estamos movidos por ese Espíritu creador que todo lo hace nuevo.

Lo cierto es que por delante seguimos teniendo algunos desafíos: En primer lugar, para ser hermano y vivir la fraternidad, y no solo desde esta realidad de la migración, se requiere ser buscadores infatigables de lo esencial, y es que nuestro Dios es Padre de toda la humanidad. También de las personas migrantes pobres que estamos excluyendo. Se hace urgente poner la mirada más que nunca en que todos somos personas dotados de una dignidad intrínseca y extrínseca y nadie puede despojarnos de ella. En segundo lugar, debemos promover, por un lado, una espiritualidad de la comunión que nos capacite para sentir al otro, al distinto, como hermano como “uno que me pertenece”, sencillamente, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.  Y, por otro lado, se hace urgente, progresar en la espiritualidad de ojos abiertos para ver y hacer propio el dolor y sufrimiento ajeno, así como detectar la vida que surge en los márgenes de nuestra sociedad. Y, por último, crecer en la solidaridad, continuar el secular ejercicio del compartir, lo que somos y tenemos, en todas las direcciones y en todos los ámbitos de la existencia, sobre todo con los más desfavorecidos, y en concreto con esta realidad humana que nuestro mundo con sus políticas deshumanizadoras tanto hace sufrir.

 

José Antonio Benítez Pineda, cmf

(FOTO: Dimitri Conejo Sanz desde Cathopic)

 

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