A DIOS NO LE GUSTA LOS COLORES OSCUROS

Aquel domingo la lectura del Evangelio cerraba con esta clave de oro: «Si vosotros, que sois traviesos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo no dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!».

El celebrante se olvidó del Padre celestial, del Espíritu Santo, de la oración, de la confianza, del río de consuelo y alegría que brotan del texto sagrado. Sólo se fijó en el paréntesis: «Vosotros sois malos». Para él no había forma de evitar esta palabra de Jesús. Era una verdad tan clara como el sol.

No es de extrañar que algunos feligreses se dieran la vuelta y se fueran por la puerta. José Luis Cortés se preguntaba: «¿Cómo se puede estar bien con la Iglesia, cuando la Iglesia está tan mal con el Evangelio?

Recordé a un misionero que, cuando yo era un niño, fue a predicar a mi pueblo y, desde el púlpito, disparó ráfagas sobre las cabezas de sus oyentes. Llegó a declarar que los taberneros, si morían, irían al infierno, cayendo como cometas. ¡El vendaval que se levantó en mi casa! El caso es que mi padre era tabernero y no veía en ello un gran obstáculo para su alma. Pero aquellos avisos nunca más dejaron de martillar en su cabeza.

Las tabernas, los bailes, las modas, las veladas, las citas, los «tiempos de ahora», para aquellos «predicadores de la vinagrera», era todo malo.

En el siglo XVII, el jesuita Baltasar Gracián escribía desde Zaragoza: «Aquí nos guarda la Virgen en la aflicción de la peste, aunque medran los pecados. Los habitantes son todos asesinos y ladrones, y nadie hace caso. No «hacían caso» del sexto mandamiento. Ni del séptimo ni del octavo. Todos pícaros, todos malvados.

Gracián tuvo cardúmenes de discípulos. Poco después de él, Cornélio Jansión (1585-1638) proclamaba a un Dios inaccesible y tenebroso y encontraba la naturaleza humana enteramente corrompida.  ¡Una religión de tristeza y terror!

Se cuenta que un hombre falleció y, mientras esperaba en la recepción del Paraíso, se puso las gafas de Dios Padre. Empezó a ver cosas que nunca había visto: las infidelidades de su mujer, las traiciones de su mejor amigo. Furioso, estuvo a punto de fulminar la tierra y sus habitantes, pero Dios, que es Padre, llegó en ese mismo instante y le advirtió: «Está bien que te pongas mis gafas divinas, pero ponte también desde mi corazón». Juan XXIII y la Madre Teresa se pusieron en el corazón de Dios y así conmovieron al mundo con toneladas de bondad.

Dios envía el sol y la lluvia sobre buenos y malos, sobre justos e injustos, porque para Él no hay santos ni pecadores, sino hijos. Él ve a todos «con buenos ojos», porque es único y todo Padre. Aunque sus hijos abandonan la casa y vagan de tonterías en tonterías, Él siempre los espera con una sonrisa, un abrazo y una fiesta. «Todos los santos tienen un pasado y todos los asesinos tienen un futuro», dice un proverbio oriental.

La misericordia es la gran definición del corazón divino. La palabra hebrea que traducimos misericordia tiene que ver con la placenta materna. Podemos atribuir a Dios, elevado a poder infinito, los mejores sentimientos maternales. Para las madres, todos los niños tienen un corazón de oro.

¿Por qué entonces los hijos de la luz tienen que ver todo oscuro? ¿Por qué debemos ser tan gruñones, espinosos, amargos, con la pretensión, además, de tener el monopolio de la verdad? ¿De dónde viene esa manía de ser inquisidores, dispuestos a infligir torturas y encender hogueras? ¿Por qué predicamos tan a menudo: «Recuerdas que tienes que morir?» y no se añade inmediatamente: «pero no te olvides de vivir»? ¿No sería más atractiva la vida cristiana si echásemos unas gotas más de vida y alegría? ¿Por qué no pensamos que salvar el alma no basta para quien ha recibido de Dios también un cuerpo?

Los escritos de Teresa de Ávila -esa fragante doctora de la Iglesia-  fueron considerados por el Santo Oficio como «embustes y engaños muy perjudiciales a la república cristiana». ¿Saben lo que enseñaba ella? «Tengo más miedo de los que tienen mucho miedo del demonio que del propio demonio». Y reprendía a una priora que había prohibido contar chistes en el monasterio: «¡Adónde hemos llegado, santo Dios! No basta con ser tontos por naturaleza, ¡que aún aspiramos a ser tontos por gracia divina!»

Dios es Verdad y Ternura, manantial de Paz y Alegría. Para parecernos a Él no necesitamos vestir de negro.  Mirando el universo que pintó, no le gustan mucho los colores oscuros.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Quino Al)

 

Start typing and press Enter to search