Decir que “no”

Igual que es importante tener empatía, ayudar a los demás o quererlos agradar, lo es a veces saberles decir “no”. Pero, somos muchos los que sentimos una enorme dificultad para negarnos a quien nos pide algo directamente. ¡Qué difícil pronunciar un sencillo “no”! La negación es uno de los primeros mensajes que aprendemos a expresar y, sin embargo, uno de los que más nos cuesta reproducir. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo si hacerlo nos sacaría de un aprieto?

No siempre nos fue costoso. Recordemos las ocasiones en las que dijimos “no” con facilidad. Una de ellas es siendo niños. Los pequeños suelen hacer justo lo contrario de lo que se les ordena aunque después les caiga la riña de sus padres. Joan Manuel Serrat lo resaltaba en “Esos locos bajitos”: “Niño, deja ya de joder con la pelota, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Pero el expresar su “no” ¿es un signo de reciedumbre en los pequeños? No digamos de la insolente rebeldía de los adolescentes hacia los mayores sin buscar acuerdos y conciliaciones. Parece consistente su postura, pero su subversiva autoafirmación en el fondo es debilidad, porque se transmuta en rendición y borreguismo cuando a continuación se relacionan con sus compañeros y colegas.

Si no siempre fuimos así, ¿cómo explicar nuestra dificultad como adultos al no poder decir “no” en la vida cotidiana, en el trabajo, ante un favor, o decir “no” a Internet? En momentos así nos paraliza el temor al rechazo o la pérdida de la estima del otro. Incluso se ponen en juego mecanismos inconscientes como la culpabilidad por anteponer nuestras necesidades a las de los familiares o compañeros; o la angustia por ser incapaces de evitar sobrecargarnos con tareas que no nos corresponden y que nos perjudican física y psicológicamente.

¿Hay alguna manera de decir “no” cuando no nos atrevemos? No existen soluciones automáticas, pero sí existe una palabra de Jesús que nos propone: “Que vuestro hablar sea sí, sí; no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno” (Mt 5, 37). Su proposición nos deja claro que, a veces, tenemos que decir que no. Y esa, precisamente, es buena noticia, porque desenmascara nuestro “miedo a la verdad”. Preferimos fingir en vez de ser nosotros mismos. No decir la verdad es como maquillarnos el alma y las actitudes, como maquillarnos nuestra forma de actuar. Pero no es la verdad. Fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad. Y hemos de decir siempre la verdad, decirla donde sea y decirla a pesar de todo. En un ambiente donde las relaciones interpersonales son vividas bajo la bandera del formalismo, se difunde fácilmente el virus de la hipocresía. Y un hipócrita no sabe amar, aunque lo parezca.

Paradójicamente, decir “no”, cuando no podemos o debemos hacer lo que se nos pida, tiene un efecto afirmativo: Ese “no” afirma nuestra individualidad y nos dignifica, siempre que no sea una excusa para la pereza, claro. No tengamos miedo de ser sinceros, de decir la verdad, de conformarnos con la verdad. Así podremos amar. Actuar de otra manera que no sea la verdad significa poner en peligro la solidez de nuestras relaciones.

Mi deseo es que las personas de bien, cristianos y no cristianos, creyentes, agnósticos, ateos y gentes de buen corazón diciendo debidamente “sí” o “no” aplastemos la cabeza de la hipocresía, que no aguanta la franqueza de la verdad.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Saif71.com)

 

Start typing and press Enter to search