Las dos guerras mundiales han sido el telón de fondo de muchas películas. El cine bélico se ha nutrido de historias sucedidas en esos conflictos, abordándolos desde perspectivas variadas. Ha habido producciones propagandísticas, realizadas a mayor gloria de los contendientes según sea el bando de quienes las producen; las ha habido también, y me parecen las más interesantes por lo general, que se han situado en una postura equidistante de los bandos enfrentados para ofrecer una reflexión crítica del hecho mismo de la guerra o de quienes intervienen en ella (Sin novedad en el frente, Senderos de gloria, Rey y patria…; más recientemente algunas producciones ambientadas en el conflicto iraquí van en esta dirección: Redacted, La batalla de Hadiza, En tierra hostil…). Esta temporada asistimos a una película que merece nuestra atención. Se trata de 1917, realizada por el realizador británico Sam Mendes.

Su primer fotograma nos ofrece un campo de hierba mecido por una brisa suave. Inspira tranquilidad y calma. La cámara retrocede y vemos a dos soldados británicos que descansan bajo un árbol. Ambos acuden, seguidos, acompañados o precedidos por una cámara omnipresente, a la llamada de su oficial superior que les encomienda una misión que va a ser el eje en torno al cual pivota toda la película. Asistiremos a una historia sucedida durante la primera guerra mundial en el frente francés. Y lo haremos acompañando a esos dos soldados sin pestañear, es decir, sin ocultar nuestra mirada (salvo que voluntariamente queramos hacerlo) en ningún momento para no perder detalle de la tensión que sienten, y del escenario trágico y dantesco que van a encontrar en su camino. Para lograrlo el realizador recurre a filmar toda la película en un (falso) plano secuencia que está realizado de manera tan precisa que no es posible encontrarle las costuras. El plano secuencia es un recurso relativamente frecuente en el cine para abordar el rodaje de una escena o un tramo breve, pero no es tan común hacerlo con tan larga duración que abarque una película entera. Recientemente lo hemos visto en Utøya 22 de julio, comentada aquí hace unas semanas. Y como en ésta, Sam Mendes ha querido sumergirnos en 1917 en la experiencia límite que viven sus protagonistas, que atraviesan campos desolados, se topan con cadáveres abandonados, han de internarse en trincheras abandonadas con el temor permanente de ser víctimas de trampas traicioneras; respiran la violencia y el resentimiento… Estos y muchos otros sentimientos y situaciones las vamos viendo (y sintiendo) al tiempo que los dos soldados amigos se internan en tierra de nadie para cumplir la misión que les han encomendado. No es la primera vez que el cine retrata de manera tan explícita el horror de la guerra (Salvar al soldado Ryan, Apocalypse now, o Masacre, ven y mira, por citar algunas), pero tal vez sí sucede que en este caso apenas se nos da respiro (son las cosas del plano secuencia), e incluso puede sorprendernos con algún giro imprevisto, aunque nada extraño en una situación bélica.

1917 está rodada con precisión y ha debido suponer un esfuerzo grande de producción. Esto se ha reflejado en los premios conseguidos. Pero aparte de las cuestiones técnicas, nos ofrece detalles que evidencian la angustia, la nostalgia, el pálpito y el miedo que se entraña en la conciencia ante la proximidad de la incertidumbre que genera internarse en un territorio sin la certeza de resultar ileso y regresar al lado de tus seres queridos: el canto entonado por un soldado ante un gran grupo de compañeros que comparten la melancolía del momento, el llanto inconsolable de quien se prepara para abandonar la trinchera y dirigirse hacia posiciones enemigas…

1917 ofrece también la impresión de la guerra como una realidad casi irreal y fantasmagórica (recordamos las escenas en el destruido pueblo francés iluminado por las bengalas, con una iluminación tenebrista que ofrece la impresión de estar viviendo una pesadilla). En ese contexto tiene lugar un encuentro singular con una mujer y una niña pequeña, que añade humanidad, también fragilidad, a tan desolado paisaje. Por estos y otros motivos me permito recomendarla vivamente.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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