Vígesima primera «gota»: La Sierra

Durante estos días está corriendo por las redes sociales un video que se ha hecho viral, el de una monja, al parecer de clausura –aunque está mejor dicho “contemplativa”-, que está cortando leña con una motosierra. Parece que a la gente le causa hilaridad ver una herramienta tan tosca y ruda en manos de una mujer que despierta en nosotros connotaciones angelicales. Sin embargo, he de decir que no me ha sorprendido, pues he tenido la oportunidad de conocer a monjas abrazando la ley común del trabajo con palas, azadas, rastrillos, horcas y almocafres para sacar rendimiento a la tierra de su pequeño huerto conventual. ¡Todo un testimonio de trabajo sencillo y humilde que ya quisiéramos muchos de nosotros vivir! Viene bien pasar de vez en cuando por algún convento para ver como las monjas son mujeres que miran y contemplan la eternidad, a la que todos estamos llamados, pero con los pies en la tierra y preocupadas por las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro mundo.Este es el espíritu del famoso lema benedictino del “ora et labora”.

                Por eso no es de extrañar que Claret utilice la imagen de “la sierra” para hablar de sí mismo en manos del aserrador (Dios). El texto dice así: “Ya desde un principio conocí que el conocimiento es práctico cuando siento que de nada me he de gloriar, ni envanecer, porque de mí nada soy, nada tengo, nada valgo, nada puedo, ni nada hago. Soy como la sierra en manos del aserrador” (Aut. 348). Seguro que no se le oculta al distinguido lector que Claret nos está hablando en esta ocasión de la virtud de la humildad, virtud tan necesaria no solo para el misionero sino también para toda persona que quiera vivir en coherencia su vida de fe.

                Somos rudos como “la sierra”, y al igual que ella nada podemos por nosotros mismos si no nos ponemos en manos de Dios. Con Él todo lo podemos, y sin Él nada somos.

                En tan breve párrafo seis veces cita Claret la palabra “nada”. La humildad es tomar conciencia de esta gran verdad: nuestra nada. El vaciamiento de sí mismo es lo que hace posible el Todo. No es una tarea fácil este despojo, esta negación de sí mismo, y, sin embargo, se hace imprescindible para el seguimiento de Cristo (cf. Mc 8,34). En Él encontramos la más elevada lección de vaciamiento, como nos recuerda San Pablo: “El cuál, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,6-7).

                Y recuerda que la humildad se verifica sobre todo por la “obediencia” (cf. Flp 2,8). ¡Examínate en tu obediencia al Señor! ¿Cómo es tu respuesta a la Palabra de Dios? ¿Te dejas llevar por tus gustos y apetencias o por el camino exigente del Reino de Dios con sus renuncias e inevitables sacrificios para que en todo y por encima de todo triunfe el Amor?

 

Juan Antonio Lamarca, cmf.

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