Una historia pascual

Con una anécdota contada por el famoso y controvertido cineasta Woody Allen iniciamos esta reflexión: “Dos amigos discuten animadamente. -Según tú, ¿existe una vida después de la muerte? El otro tras una larga pausa de reflexión le replica: Y según tú, ¿existe una vida antes de la muerte?”.

Nos sirve para introducir el tema de la muerte terminal y de la muerte pascual, que no hemos de confundir. Explicar la resurrección es muy difícil, porque no tenemos experiencia de ella. Es mucho más fácil hablar de la cruz, porque como todos sufrimos, la entendemos de inmediato. Para conseguir atisbar de alguna manera qué supone la transformación pascual el camino narrativo y simbólico es el menos espinoso. Probemos, pues, con un relato a decir algo de la Pascua.

Se trata de una historia que J. Shea incluye al principio de su libro Historias de fe. Narra la vida de un joven que cuida a su padre, ya al borde de la muerte. El padre, relativamente joven aún, está muriendo de cáncer. Su agonía, inminente a la muerte, es, además muy amarga. La enfermedad terminal le está consumiendo. Aunque hace tiempo que según los médicos hubiera debido morir, se encuentra en un hospital, aferrándose como puede a una vida que se apaga lentamente. Su cuerpo está traspasado de tubos. Pese a las continuas dosis de morfina que le suministran, no puede evitar sufrir con un dolor continuo y desesperante.

Todas las noches sin faltar, al terminar su trabajo, le visita su hijo. Se sienta junto a su cama y le sostiene la mano del padre acariciándosela. Mira impotente cómo sufre sin poder hacer nada por él. Sus visitas se suceden repetidamente a lo largo de muchos días. Por fin, una noche, sentado en su sillón habitual, el hijo le dice al padre: «¡Papá, entrégate! Confía en Dios, muere. No es necesario que sigas luchando más. Cualquier cosa es mejor que esto». En pocos minutos, el padre se serena y muere con gran paz.

El hijo cae entonces en la cuenta de que sus palabras habían expresado una verdad muy importante: La certeza de confiar en Dios y entregarse a Él. Aquel hombre, que fue ayudado a morir por su hijo que tanto lo amaba, tuvo lugar su Viernes Santo. Después, cruzó el umbral de la muerte para encontrarse con Dios. Hizo lo mismo que Jesús: fue finalmente capaz de devolver su propio espíritu a su Padre del cielo.

Saboreemos, para terminar, estas palabras de Narciso Yepes, el gran guitarrista español y profundo creyente, al final de su existencia que van en la misma línea: «Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva«.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: dinax)

 

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