Un sueño terrible

No debemos olvidarnos de una tremenda verdad: «Algunos sufren tanto, que no pueden creer que haya alguien que les ama», (Cardenal Hume). El dolor es la cortina negra que impide a muchos ver a Dios. Y no podemos ponernos gafas opacas para ignorar todo ese dolor.

No me refiero a «nuestro propio dolor», sino al de los demás. El propio ya es suficientemente cruel como para que ignoremos de cuando en cuando su latigazo. El de los demás, en cambio, podemos ignorarlo, dejarlo entre paréntesis y encerrarnos en el ghetto de nuestra ceguera.

A veces me pregunto si Dios no debería concedernos a todos los humanos un don, un don terrible. Un don concedido una sola vez en la vida y sólo durante cinco minutos: que una noche se hiciera en todo el mundo un gran silencio y que, como por un imposible, pudiéramos escuchar durante esos cinco minutos todos los llantos que, a esa misma hora, se lloran en el mundo; que escucháramos todos los ayes de todos los hospitales; todos los gritos de las viudas y los huérfanos; experimentar el terror de los agonizantes y su angustiada respiración; conocer -durante sólo cinco minutos- la soledad y el miedo de todos los parados del mundo; experimentar el hambre de los millones de millones de hambrientos por cinco minutos, sólo por cinco minutos. ¿Quién lo soportaría? ¿Quién podría cargar sobre sus espaldas todas las lágrimas que se lloran en el mundo en cinco minutos de una sola noche?

De todos los crímenes que en el mundo se cometen, el más grave es la indiferencia. Sufrimos mucho más por un dolor de muelas que por una nueva guerra o una nueva patera hundida. Los que sufren piensan sólo en su dolor personal. Los que no sufren no llegan ni a oler que el mundo es un formidable paraíso de dolor. Ante el dolor nos compadecemos o hacemos disquisiciones filosóficas, o cuando más, elaboramos teorías sobre su valor redentor.

Pero “Jesús no explica la cruz, la comparte” (P. Casaldáliga). Bajó al dolor, estuvo junto a él, se puso en su sitio. Por eso, no se trata de no poder dormir pensando en la gente que sufre; se trata de no saber vivir sin estar al lado de esa multitud, como Jesús.

Juan Carlos Martos, cmf

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