«Todo cuánto hacemos nos conduce hacia ti»

Vi esa frase en un anuncio publicitario, grandote y sucio. Nunca me ha llamado especialmente la atención la publicidad de coches. Pero aquel día, ese caducado eslogan de una famosa marca automovilística me dejó pensando…

Sí, sé perfectamente el sentido de la frase: Una empresa de coches busca lo imposible por hacer llegar sus vehículos al mayor número posible de clientes. Les mueve el interés comercial. No podría ser de otra manera. Para ganar, se pone en marcha “todo”, es decir, un complejo engranaje de fabricación, distribución y venta que conduce al bolsillo del comprador.

Pero aquel dichoso eslogan escondía otra cadena de preguntas: ¿Y todo lo que hacemos, hacia quién nos conduce? ¿Qué buscan esos que desde que comienza cada jornada salen de casa devorados por la prisa? ¿Qué mueve a los que transitan nuestras calles? ¿Qué urgencias tensan sus cuerpos? ¿A quién buscan con tanta insistencia? ¿Cuál es la sed que les mueve? Miro sus rostros y me pregunto: ¿se dan cuenta?, ¿intuyen que, en el fondo, buscan a “alguien”?

La prensa y las noticias de la tele casi siempre traen hechos desagradables. ¿Es posible que detrás de tantas realidades de muerte haya alguna Noticia Buena que comunicar? ¿Hay alguna voz “muda” que quiere alcanzarnos a través del periódico? Si leyéramos y escucháramos para dejarnos asombrar y provocar, y no solo para informarnos…

El eslogan de aquella valla publicitaria lo estaba pregonando: «Todo cuanto hacemos nos conduce a… ¡¡Ti!!». Pienso en quienes correrán con afán por hacerse con ese coche, o por unas sobrantes copas de licor, o para gozar de una compañía pagada con dinero, sin saber qué es realmente aquello que van buscando, ni Quién es el que se desvive para que nos acerquemos a descansar en Él (Mt 11,28). En nuestras calles, en los bares, en las paradas del autobús, en nuestros parques… no es difícil encontrarnos con rostros perdidos y ojos alterados por el alcohol, la soledad o por un pico de heroína. Son rostros que nos embisten desde sus vidas sin futuro y que a veces nos dan miedo. ¿Creemos de verdad que sus cuerpos son un templo? (Jn 2,19). Nuestros pies, ¿se vuelven hacia ellos o aceleran el ritmo? Tomamos caminos diferentes sin conocernos; y sin embargo, algo nos une: todos –ellos, nosotros y yo- somos amados y buscados y atraídos por Otro (Jn 14,19).

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