Gota a gota vamos llenando las cantimploras que alivien la sed de nuestras ansias misioneras. Hoy la “gota” que presentamos es la del lazarillo. Se trata de una interpretación. Claret propiamente dice: “Si vosotros vierais a un ciego que va a caer en un pozo, en un precipicio, ¿no le advertiríais? He aquí lo que yo hago y que en conciencia debo hacer: advertir a los pecadores y hacerles ver el precipicio… ¡Ay de mí si no lo hiciera, que me tendría por reo de su condenación!” (Aut. 207).
Esta imagen nos la presenta hablando de la salvación de las almas como uno de los fines que tenía para predicar. De esta imagen se deducen dos ideas interesantes para el “vademécum” de todo evangelizador:
La ceguera nos indica que con frecuencia el pecado es fruto de la ignorancia. Esta idea está de fondo en una de las palabras de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). La ignorancia se agrava más por nuestra inclinación natural al pecado. Un pecado que desde sus orígenes ha abierto una historia de luto para la humanidad. Es un cóctel sumamente cegador: ignorancia e inclinación al mal.
Y ante esto, quien se sienta emisario de la Buena Noticia que nos trae Jesús tiene por delante una grave responsabilidad: advertir. El evangelizador ha de formar conciencias a la luz de la Palabra de Dios. Es una labor que ha de comenzar en el seno de la familia y que se va reforzando en la catequesis, en la escuela y en el púlpito. Es una obligación; las palabras de Claret recuerdan aquellas de San Pablo: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1Co 9,16).
Podemos ser lazarillos; pero para ser los ojos de otro los nuestros han de estar sanos y llenos de sabiduría evangélica.
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6,39).
Examina “tu vista” para poder guiar a otros, y ponte a diario el colirio de la formación y el amor.
Juan Antonio Lamarca, cmf.
